sábado, 12 de diciembre de 2009

Continuación de "LAS HOJAS DE OTOÑO"


- Va a salir bien de esto, no? – Mario miraba fijamente al médico, esperando con ansiedad que asintiera.
- Sí, pero yo diría que no es eso sólo lo que importa. Su hijo tiene que estar en tratamiento psiquiátrico. Si fuera posible, la familia también.
Mario suspiró. Ivy no quería saber nada ni tampoco su esposa.
- Qué está pasando en tu casa, Mario? No era suficiente una desgracia para que ahora ocurra otra peor todavía?
El abuelo había llegado, arrastrando sus pies porque no quería usar bastón.
- Estoy ocupándome. Lo último que necesito es un padre que me culpe del intento de suicidio de mi hijo.
El viejo lo miró, sus ojos inyectados en sangre tenían una expresión amenazadora.
- Te lo advertí cuando decidiste casarte con esa arpía sin corazón! Está destruyéndote y a Ivy también!
- Perdón, yo me tengo que ir. Hablen tranquilos aquí en el saloncito.
El médico señaló la salita de espera vacía a esa hora de la tarde y se fue apresuradamente. El ya había dado su veredicto.
- No quiero seguir hablando con un cobarde! Mejor voy a ver a mi nieto.
Mario contuvo sus ganas de gritarle que él ya no era aquel adolescente que él acostumbraba humillar. Metió nerviosamente las manos en los bolsillos de sus pantalones mientras su padre entraba sin más en la habitación de Ivy.
- Iván Horacio! Puedo hablarte?
Ivy abrió los ojos al instante. El abuelo lo llamaba con sus dos nombres solamente cuando necesitaba su atención inmediata.
- Estoy despierto. Estuve despierto toda la mañana oyendo cómo se echaban la culpa papá y mamá, mientras se creían que estaba inconsciente.
- Mal hecho. Deberían saber que el oído es el último sentido que se pierde.
- ¿Alguna vez te pasó?
- ¿Qué cosa?
- Estar inconsciente y escuchar lo que hablan de vos.
- Cuando me operaron de próstata, esos hijos de puta de cirujanos.
Ivy sonrió.
- Ahora que estás aquí, me siento mucho mejor. Aunque haya fracasado. Creí que había muerto y creeme, me sentía muy feliz. Hasta que me encontré vomitando por culpa de ese médico.
- No te importó nada, no es cierto?
- No te entiendo.
- No pensaste que tu padre, madre, la nona y yo viviríamos como zombies, por el resto de nuestra vida.
- No. Creí que a nadie le importaría.
- Volverías a hacerlo?
Iván se quedó mirando el vacío.
- No sé, nono. Ahora me siento muy bien, pero cuando estoy solo y me veo….
- No tenés que estar solo hasta que hayas superado todo esto. Podés venir a casa el tiempo que quieras.
Ivy suspiró, aliviado.
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Los árboles del abuelo comenzaban a perder las hojas. El otoño se había retrasado, pero una vez que había bajado la temperatura y se sentía una brisa fresca, las hojas se habían puesto amarillas de golpe y habían tapizado el piso del patio.
Ivy se aplicó a la tarea de barrerlas, mientras la abuela terminaba de hacer su deliciosa salsa a la bolognesa para sus tallarines caseros.
- Cómo conociste al nono? – Ivy ya conocía la historia, pero sabía que la abuela estaba esperando la pregunta. Siempre era lo mismo.
- Teníamos doce años y al fin de la guerra convocaban a los chicos de esa edad para mandarlos al frente. Tu bisabuelo decidió huir en un carguero con la familia para salvar a tu abuelo. Y mi padre también nos embarcó para salvar a mi hermano mellizo- su voz se perdía en aquellos recuerdos lejanos, que sin embargo atesoraba en su memoria como los más valiosos.
- Qué le viste al nono?
Lucía se rió.
- No sé, querido. Una se enamora y no sabe por qué.
- Chía, qué estás haciendo? Quiero comer!
- También lo querés cuando se pone así y putea?
La anciana le dio la fuente para que la llevara a la mesa.
- Los hombres – dijo en voz baja, sólo para él – cuando se sienten viejos y vulnerables, necesitan rugir, entendés? Eso les da la ilusión de poder. También a vos te va a pasar.
Iván la miró sin entender. Lo último que deseaba era llegar a viejo.
El abuelo masticaba haciendo ruido con su dentadura postiza.
- Deberías decirle al dentista que te arregle esa dentadura – dijo la abuela, mirándolo con reprobación.
- Se lo dije, pero cuando se nace pelotudo no hay arreglo, Chía.
- Entonces cambiá de dentista.
- No soporto a ninguno!
- Está bien, pero no dejes de ir al médico. Acordate de lo que te dijo la última vez.
El anciano movió una mano, como para ahuyentar una mosca.
- Voy a morir de muerte natural, Chía. No voy a dejar que me asesinen ninguno de esos carniceros que se creen que se las saben todas.
La abuela puso cara de resignación. Sus ojos se humedecieron.
- Si te pasa algo, Genito, yo…
- Taa, tá! Vas a seguir viviendo. Prefiero morirme antes que quedarme solo. Y basta con esto. Parecemos dos viejos chochos. – Genito miró a su nieto de reojo. Iván se había quedado pensativo, mirando sin ver la pared que tenía enfrente.








- Adelante!
El médico siguió escribiendo en su notebook, mientras esperaba que su paciente entrase. Terminó sus anotaciones y no vio a nadie.
- Adelante!!!
Entonces sí, se abrió la puerta y apareció un muchacho alto y delgado que lo miró sin el menor interés.
El Dr. Zimmer le señaló un asiento, mientras lo saludaba con un amistoso “Buenas!”
El chico se quedó mirándolo, sin hablar.
- Bueno – dijo el doctor tranquilamente – a ver qué te anda pasando.
- Nada – dijo el otro inexpresivamente – A mí no me pasa nada.
- Ah, bueno. Si no te pasa nada, no tenés por qué estar mirándome la cara, que sé que no es agradable. Aquí solamente viene gente a la que le pasan cosas.
- Como cuáles?
El médico hizo un gesto de indiferencia.
- Por ejemplo, hay gente que oye o ve cosas raras. Hay los que se sienten perseguidos, los que no logran levantarse a la mañana por su tristeza sin motivo, los que se sienten culpables hasta de la muerte de su gato, qué se yo…
- Yo maté a mi hermano - dijo Iván abruptamente.
El médico siguió aporreando el teclado, sin cambiar su expresión.
- Cómo es eso? – preguntó, sin levantar la vista.
- No puedo hablar - dijo Iván, removiéndose en su silla por primera vez.
- Vamos a ir paso por paso. Contame un poco de tu papá, tu mamá, tu familia… cómo los ves, que significan para vos, lo que quieras…
Iván suspiró.
- Sé que mi papá lo contrató y le pagó y usted le va a contar todo. Por eso no pienso hablar y usted puede decirle cualquier cosa.
El Dr. Zimmer lo encaró entonces con suma seriedad.
- Es verdad que tu papá paga las sesiones, pero vos sos el paciente y yo tengo un compromiso de confidencialidad con vos y con nadie más. Por ética profesional no puedo hablar absolutamente con nadie de lo que vos me digas, salvo que se trate de un caso criminal y eso es lo que tenemos que dilucidar aquí, creo yo. Si traiciono a mis pacientes no sólo actuaría mal sino que lo más grave es que me quedaría sin trabajo y sin dinero para vivir. Cuando seas profesional, de cualquier especialidad, vas a darte cuenta que lo más valioso y lo que reditúa más en cualquier profesión es la reputación.
Iván se quedó pensativo unos minutos, mientras el médico seguía trabajando en sus notas, sin prestarle atención.
- Uno no elige la familia.- sentenció finalmente Iván, copiando la frase vaya a saber a quién.
- Sí, es verdad.
- Nunca los quise. Ahora que vivo con mi abuelo, soy mucho más feliz.
El médico seguía escribiendo.


…………………………………………………………………………………SILVIA PAVIA

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