Eugenio tosió secamente, Lucy lo miró sin pestañear y después, ambos se miraron. Tantos años hacía que estaban juntos, no necesitaban hablar para entenderse.
- Si no es para ocupar el lugar de tu hermano, está bien - dijo Eugenio, finalmente.
- Es… un poco raro, Ivy. Y muy pronto para reconocerlo así nomás. Deberías dejar pasar un poco el tiempo, es normal que gustes de alguna chica, pero ¿por qué justamente ella?
Eso era lo que Iván se preguntaba, ¿por qué ella?
- Solamente lo van a saber ustedes. Nadie más. Ni siquiera ella. Está saliendo ahora con otro y yo ni siquiera existo.
- No digas eso. Basta de subestimarte en esa forma. Deberías tratar esto con el psiquiatra.- La nona lo observaba severamente, por encima de sus lentes.
Iván se rió.
- No confío en él.
- Si querés llegar a algún resultado, vas a tener que hacerlo. Si no, buscate otro – Lucía lo estaba mirando, disimulando muy mal su preocupación.
- Chía, voy a tomar mi pastilla. Me olvidé esta mañana.
- ¡No deberías olvidarte! El médico te dijo….- la nona dejó a un lado el problema de su nieto para seguir al abuelo al dormitorio y asegurarse que tomara la pastilla.
Iván se quedó mirando su plato.
- Vicky? ¡Me persiguió tanto que al fin le di el gusto! Es interesante y divertida, cuando no se pone pesada con eso del amor para siempre… - Fede se rió con ganas al confiarle esto, hacía una eternidad de dos meses.
- Yo no quiero ninguna novia- había dicho él – Ni bien les das alguna importancia, tratan de manejarte en todo. ¡Hasta llegan a elegirte los amigos!
- Yo no le doy bola en nada. Si le gusta bien. Si no…. – y Fede hizo un gesto como que podía sacársela de encima en cualquier momento.
Aquella conversación lo había disgustado mucho, no sabía por qué. Hacía años que los hermanos no se confiaban nada e Iván creyó que se sentiría muy orgulloso de que su hermano le hablara de igual a igual y no como un chico fastidioso.
La abuela volvió, pero no volvieron a tocar el tema. Estaba muy preocupada, Genito no se sentía bien.
- ¡Doc, tengo que verlo ya mismo!
Del otro lado de la línea se oyó un bostezo desganado.
- ¿Quién es?
- Soy Iván, lo he visto hace dos días,¿ ya no me recuerda??
- Sí, Ivy, pero tené compasión, son las seis de la mañana ¡Y es domingo!
- Es ahora o nunca. Usted dijo que podía llamarlo en cualquier momento.
- Cierto. Dame media hora, ¿Sí? Nos encontramos en el consultorio.
………………………………………………………………………………………………
Nunca lo había visto con un aspecto tan deplorable. Ojeras, ojos enrojecidos como si hubiera llorado mucho tiempo, una barbita incipiente, la ropa ajada y oliendo a alcohol. Pero no borracho.
El Dr. Zimmer abrió el consultorio rezumando tranquilidad y no se molestó en decir ni preguntar nada. Se sentó despaciosamente en su sitio, acomodando su ancho trasero, y lo miró sin ningún apuro.
- ¿Cómo puede estar tan tranquilo? ¡el mundo se derrumba, se acaba y usted solamente piensa en acomodarse en la silla!
El Dr. Zimmer sonrió, sin decir nada.
- ¡Vamos, diga algo, pecho frío!!
- Estoy esperando que me cuentes, Ivy. Para eso estoy aquí. En cuanto a los mundos que se derrumban, será el tuyo, no el mío. Por eso puedo ayudarte. Si nuestros mundos se derrumbaran juntos… ¿Qué podríamos hacer?
Iván suspiró, aspirando una gran bocanada de aire.
- Ya nada me importa. Pero tomé una de sus pastillas antes de intentar suicidarme de nuevo. Y también decidí hablar con usted.
- Nadie puede impedirte que te suicides. Ni yo, ni tus padres, ni tus abuelos ni ningún psiquiátrico por bueno que sea. Solamente vos.
- Mi abuelo menos. Murió anoche.
Por primera vez, el médico pareció desconcertado.
- Lo lamento, lo lamento en el alma.
- El significaba mucho para mí. Era mi apoyo, mi cable a tierra. Ahora no queda nadie en quien apoyarse. Mi abuela está destrozada, la pobre, mi mamá, bueno, ya sabe, mi papá nunca se llevó bien con su padre….
- No es menos doloroso por eso, pero la muerte de una persona anciana es algo esperable, Ivy. Tarde o temprano tenía que pasar.
- ¡Sí, pero no ahora! ¡No ahora!- y empezó a llorar rabiosamente.
Samuel se quedó callado, esperando que pasara el ataque.
- A usted no le importa nada – volvió a repetir Iván, cuando se tranquilizó un momento- Debe ser porque es judío.
El médico sonrió, sin alterarse.
- Estoy acostumbrado a que me vean todos los defectos porque soy judío.
- ¿Usted cree en Dios?
- Hay que ser muy estúpido para no creer.
- Cree que hay una vida después de la muerte?
- Creo que los sentimientos no mueren nunca. Muere la carne, muere lo que vemos. El amor, las acciones del amor, siguen viviendo con Dios. Es el único lazo que nos queda con las personas queridas.
- Tampoco mueren los sentimientos malos?
Samuel asintió, ignorando dónde quería llegar.
- Entonces mi hermano sigue odiándome.
- Por qué?
- Por que….no, no puedo contarlo.
- Es el mejor momento para hacerlo.
- No puedo.
- ¡Sí, podés!!! ¡Vamos!!
Como si se tratara de una carrera a ganar, Samuel lo alentaba, sabiendo que no habría un momento mejor.
- Nunca salíamos juntos – empezó Iván con voz insegura – Pero ese día era el cumpleaños de un amigo de Fede y su hermano es muy amigo mío y me invitó especialmente. Fede no pudo decir que no. Había mucho alcohol y también marihuana. Yo le dije a Fede que no tomara tanto, que él manejaba, yo no podía hacerlo porque no tengo todavía carnet. El se rió de mí, como siempre, y me echó, me dijo que me fuera con mi amigo y no lo molestase.
Iván se detuvo y Samuel gritó otro ¡Vamos!
- Aunque había tomado mucho, manejaba muy bien, yo no sentí miedo. Pero cuando pasamos al lado de la laguna, se nos cruzó un hombre en bicicleta. Un vigilador del country. Nos habíamos metido por ahí para acortar camino, ¿entiende? Fede me contó que siempre lo hacía. Lo quiso esquivar para salir rajando y no sé cómo, terminamos en la laguna. Las ventanillas iban abiertas y se llenó de agua enseguida, mientras nos hundíamos como piedra.
Iván se calló otra vez, con los ojos desorbitados, a punto de romper a llorar de nuevo.
El médico gritó otra vez, llamándolo cobarde y llorón
- Solté mi cinturón, Fede no lo tenía puesto. Salí por la ventanilla, antes que me estallaran los oídos, y vi que Fede se quedaba en el asiento. Traté de sacarlo, se lo aseguro, pero estaba atascado con el volante y él no ayudaba en nada. Creo que estaba desmayado. Sé que no murió enseguida. Tenía agua en los pulmones. Yo no daba más y salí a la superficie. Estábamos bastante lejos de la orilla, el auto debe haber volado, no sé. Traté de sumergirme de nuevo, pero ya no pude llegar. Grité, pedí ayuda, pero no había nadie. El vigilador se había ido a a llamar una ambulancia. Y esos minutos preciosos, los pasé sin hacer nada, flotando, mientras mi hermano se moría ahogado. No sé porqué no me morí yo también. ¿Por qué? ¿Por qué tuve que seguir viviendo?
Samuel lo encaró con ferocidad, sacudiéndolo por los hombros, como si pretendiera hacerle entender a los golpes.
- ¿Por qué, por qué??? Contestalo vos, nadie puede hacerlo por vos.
- Yo… no estaba borracho ni drogado.
- Por qué no lo hiciste?
- Porque… no quería perder el control. Cuando los vi haciendo y diciendo cualquier cosa, me di cuenta que no quería ser uno de ellos. Yo siempre admiré y envidié a mi hermano. Pero esa noche…
- Vamos, qué pasó esa noche?
Iván se quedó mirándolo, reuniendo fuerzas.
- Violaron a una de las amigas de Vicky, que estaba completamente de vuelta. Ella también estaba, pero había tomado demasiado y no entendía lo que pasaba. Me di cuenta de que la próxima era ella y la encerré en el baño, no podía soportar ese espectáculo. Mi hermano me puteó y trató de pegarme y yo me escapé al jardín, con la llave escondida. Después, se olvidaron y antes de irnos, yo fui a sacar a Vicky.
- No quisiste perder el control. Eso demuestra mucha fortaleza.
- No explica porqué sigo viviendo.
- Ah, no? Tengo que decirlo yo? ¡Fuiste el más fuerte! Y el más sensato. Por eso sobreviviste. No hay ninguna culpa en eso.
Iván se puso a llorar, en silencio. Era un mezcla de alivio, de pena, de honda desilusión.
El médico le acarició suavemente la cabeza.
………………………………………………………………………………………………
Iván se había sentado al lado del cajón que contenía los restos de su abuelo. Dentro de poco, vendrían los de la funeraria a cerrar definitivamente el cajón y él miraba la cara de su abuelo para no olvidarla, como le había pasado con su hermano. No había querido mirarle la cara de muerto y ahora encontraba difícil recordarlo, aunque, curiosamente, no había olvidado las pocas conversaciones que había tenido con él.
Se sentía observado y levantó la vista. Allí estaba Vicky, pálida y temerosa, como sin saber qué hacer, con la vista clavada en él. Ella se acercó lentamente, animada por su mirada conciliadora.
- Lo lamento, Ivy. Sé que significaba mucho para vos. Fede…- se cortó preguntándose porqué tenía que mencionar a Fede en ese momento.
- Qué ibas a decir?
- Nada, nada.
Hubiera sido de muy mal gusto mencionar que Fede siempre se había burlado del afecto que sentía Ivy por el abuelo.
- Es difícil olvidar a Fede, ¿no es cierto?
Vicky miró el techo.
- No sé. A veces lo recuerdo bien. Otras veces me cuesta recordar su cara.
- No hagas caso de mamá. Está muy ofendida porque estás saliendo con otro chico. Lo que es normal y comprensible para cualquiera para ella es un atentado contra el recuerdo de su hijo. Era su preferido.
Los de la funeraria habían llegado para cerrar el cajón. Ivy clavó los ojos en la cara del abuelo, afilada y pálida de muerte.
- A Fede nunca lo miraste así – susurró Vicky.
Ivy no contestó. Vicky había estado enamorada de Fede y nunca comprendería.
Del otro lado de la línea se oyó un bostezo desganado.
- ¿Quién es?
- Soy Iván, lo he visto hace dos días,¿ ya no me recuerda??
- Sí, Ivy, pero tené compasión, son las seis de la mañana ¡Y es domingo!
- Es ahora o nunca. Usted dijo que podía llamarlo en cualquier momento.
- Cierto. Dame media hora, ¿Sí? Nos encontramos en el consultorio.
………………………………………………………………………………………………
Nunca lo había visto con un aspecto tan deplorable. Ojeras, ojos enrojecidos como si hubiera llorado mucho tiempo, una barbita incipiente, la ropa ajada y oliendo a alcohol. Pero no borracho.
El Dr. Zimmer abrió el consultorio rezumando tranquilidad y no se molestó en decir ni preguntar nada. Se sentó despaciosamente en su sitio, acomodando su ancho trasero, y lo miró sin ningún apuro.
- ¿Cómo puede estar tan tranquilo? ¡el mundo se derrumba, se acaba y usted solamente piensa en acomodarse en la silla!
El Dr. Zimmer sonrió, sin decir nada.
- ¡Vamos, diga algo, pecho frío!!
- Estoy esperando que me cuentes, Ivy. Para eso estoy aquí. En cuanto a los mundos que se derrumban, será el tuyo, no el mío. Por eso puedo ayudarte. Si nuestros mundos se derrumbaran juntos… ¿Qué podríamos hacer?
Iván suspiró, aspirando una gran bocanada de aire.
- Ya nada me importa. Pero tomé una de sus pastillas antes de intentar suicidarme de nuevo. Y también decidí hablar con usted.
- Nadie puede impedirte que te suicides. Ni yo, ni tus padres, ni tus abuelos ni ningún psiquiátrico por bueno que sea. Solamente vos.
- Mi abuelo menos. Murió anoche.
Por primera vez, el médico pareció desconcertado.
- Lo lamento, lo lamento en el alma.
- El significaba mucho para mí. Era mi apoyo, mi cable a tierra. Ahora no queda nadie en quien apoyarse. Mi abuela está destrozada, la pobre, mi mamá, bueno, ya sabe, mi papá nunca se llevó bien con su padre….
- No es menos doloroso por eso, pero la muerte de una persona anciana es algo esperable, Ivy. Tarde o temprano tenía que pasar.
- ¡Sí, pero no ahora! ¡No ahora!- y empezó a llorar rabiosamente.
Samuel se quedó callado, esperando que pasara el ataque.
- A usted no le importa nada – volvió a repetir Iván, cuando se tranquilizó un momento- Debe ser porque es judío.
El médico sonrió, sin alterarse.
- Estoy acostumbrado a que me vean todos los defectos porque soy judío.
- ¿Usted cree en Dios?
- Hay que ser muy estúpido para no creer.
- Cree que hay una vida después de la muerte?
- Creo que los sentimientos no mueren nunca. Muere la carne, muere lo que vemos. El amor, las acciones del amor, siguen viviendo con Dios. Es el único lazo que nos queda con las personas queridas.
- Tampoco mueren los sentimientos malos?
Samuel asintió, ignorando dónde quería llegar.
- Entonces mi hermano sigue odiándome.
- Por qué?
- Por que….no, no puedo contarlo.
- Es el mejor momento para hacerlo.
- No puedo.
- ¡Sí, podés!!! ¡Vamos!!
Como si se tratara de una carrera a ganar, Samuel lo alentaba, sabiendo que no habría un momento mejor.
- Nunca salíamos juntos – empezó Iván con voz insegura – Pero ese día era el cumpleaños de un amigo de Fede y su hermano es muy amigo mío y me invitó especialmente. Fede no pudo decir que no. Había mucho alcohol y también marihuana. Yo le dije a Fede que no tomara tanto, que él manejaba, yo no podía hacerlo porque no tengo todavía carnet. El se rió de mí, como siempre, y me echó, me dijo que me fuera con mi amigo y no lo molestase.
Iván se detuvo y Samuel gritó otro ¡Vamos!
- Aunque había tomado mucho, manejaba muy bien, yo no sentí miedo. Pero cuando pasamos al lado de la laguna, se nos cruzó un hombre en bicicleta. Un vigilador del country. Nos habíamos metido por ahí para acortar camino, ¿entiende? Fede me contó que siempre lo hacía. Lo quiso esquivar para salir rajando y no sé cómo, terminamos en la laguna. Las ventanillas iban abiertas y se llenó de agua enseguida, mientras nos hundíamos como piedra.
Iván se calló otra vez, con los ojos desorbitados, a punto de romper a llorar de nuevo.
El médico gritó otra vez, llamándolo cobarde y llorón
- Solté mi cinturón, Fede no lo tenía puesto. Salí por la ventanilla, antes que me estallaran los oídos, y vi que Fede se quedaba en el asiento. Traté de sacarlo, se lo aseguro, pero estaba atascado con el volante y él no ayudaba en nada. Creo que estaba desmayado. Sé que no murió enseguida. Tenía agua en los pulmones. Yo no daba más y salí a la superficie. Estábamos bastante lejos de la orilla, el auto debe haber volado, no sé. Traté de sumergirme de nuevo, pero ya no pude llegar. Grité, pedí ayuda, pero no había nadie. El vigilador se había ido a a llamar una ambulancia. Y esos minutos preciosos, los pasé sin hacer nada, flotando, mientras mi hermano se moría ahogado. No sé porqué no me morí yo también. ¿Por qué? ¿Por qué tuve que seguir viviendo?
Samuel lo encaró con ferocidad, sacudiéndolo por los hombros, como si pretendiera hacerle entender a los golpes.
- ¿Por qué, por qué??? Contestalo vos, nadie puede hacerlo por vos.
- Yo… no estaba borracho ni drogado.
- Por qué no lo hiciste?
- Porque… no quería perder el control. Cuando los vi haciendo y diciendo cualquier cosa, me di cuenta que no quería ser uno de ellos. Yo siempre admiré y envidié a mi hermano. Pero esa noche…
- Vamos, qué pasó esa noche?
Iván se quedó mirándolo, reuniendo fuerzas.
- Violaron a una de las amigas de Vicky, que estaba completamente de vuelta. Ella también estaba, pero había tomado demasiado y no entendía lo que pasaba. Me di cuenta de que la próxima era ella y la encerré en el baño, no podía soportar ese espectáculo. Mi hermano me puteó y trató de pegarme y yo me escapé al jardín, con la llave escondida. Después, se olvidaron y antes de irnos, yo fui a sacar a Vicky.
- No quisiste perder el control. Eso demuestra mucha fortaleza.
- No explica porqué sigo viviendo.
- Ah, no? Tengo que decirlo yo? ¡Fuiste el más fuerte! Y el más sensato. Por eso sobreviviste. No hay ninguna culpa en eso.
Iván se puso a llorar, en silencio. Era un mezcla de alivio, de pena, de honda desilusión.
El médico le acarició suavemente la cabeza.
………………………………………………………………………………………………
Iván se había sentado al lado del cajón que contenía los restos de su abuelo. Dentro de poco, vendrían los de la funeraria a cerrar definitivamente el cajón y él miraba la cara de su abuelo para no olvidarla, como le había pasado con su hermano. No había querido mirarle la cara de muerto y ahora encontraba difícil recordarlo, aunque, curiosamente, no había olvidado las pocas conversaciones que había tenido con él.
Se sentía observado y levantó la vista. Allí estaba Vicky, pálida y temerosa, como sin saber qué hacer, con la vista clavada en él. Ella se acercó lentamente, animada por su mirada conciliadora.
- Lo lamento, Ivy. Sé que significaba mucho para vos. Fede…- se cortó preguntándose porqué tenía que mencionar a Fede en ese momento.
- Qué ibas a decir?
- Nada, nada.
Hubiera sido de muy mal gusto mencionar que Fede siempre se había burlado del afecto que sentía Ivy por el abuelo.
- Es difícil olvidar a Fede, ¿no es cierto?
Vicky miró el techo.
- No sé. A veces lo recuerdo bien. Otras veces me cuesta recordar su cara.
- No hagas caso de mamá. Está muy ofendida porque estás saliendo con otro chico. Lo que es normal y comprensible para cualquiera para ella es un atentado contra el recuerdo de su hijo. Era su preferido.
Los de la funeraria habían llegado para cerrar el cajón. Ivy clavó los ojos en la cara del abuelo, afilada y pálida de muerte.
- A Fede nunca lo miraste así – susurró Vicky.
Ivy no contestó. Vicky había estado enamorada de Fede y nunca comprendería.
SILVIA PAVIA
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3 comentarios:
No decae el interés, se duplica con cada entrega. Buen pulso narrativo. Los detalles los hablamos personalmente. Abrazo y gracias por esta letra incesante, Marta O.
gracias, Marta! Te comento que debe haber muchos "detalles" como vos decís, porque no he corregido nada, pero bueno, cuando pueda parar un poco de narrar o cuando lo termine y me sienta libre, nos vamos a poner con paciencia...
Gracias y un abrazo
Silvia
Cada vez me deja con más ganas de saber que va a pasar. El desarrollo de la historia atrae como un iman.
Saludos
Amankay
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