lunes, 28 de junio de 2010
LAS HOJAS DE OTOÑO (continuación)
Era un domingo a la tarde. Iván y José habían almorzado solos, mientras Lili seguía acostada, mirando el techo. - Cuando yo no estaba, no se comportaba así, ¿no es cierto? - Siempre está igual, Ivy. Estés o no estés. - No, no es así. De lo contrario, vos no lo soportarías. - Estás equivocado. ¿Por qué tenés que pensar siempre que todo es culpa tuya? Puede ser culpa mía, de tu madre…. Qué se yo. Yo también me contagié de ella y llegué a pensar que Fede era una especie de semidios….Todos me decían que tenía una inteligencia increíble, era el mejor de la escuela, el mejor de la facultad…creí que había engendrado un genio, invencible, al que nada podía pasarle. Iván suspiró. - También engendraste a un vago inútil. Le dejaste todo a él. José sonrió, involuntariamente. - Como si se pudiera hacer a voluntad! Eso depende sólo de Dios. - Yo debería haber muerto. El tenía mucho más para ofrecer. José lo miró, repentinamente serio. - No digas eso. Nadie es dueño de la vida para decidir cuándo vivir y cuándo morir. La Naturaleza tiene sus propias reglas y nadie puede pasar por encima de ellas. Ni siquiera Fede. - ¿Que querés decir? José palideció. - No debería hablarte de esto. Prefiero que conserves la imagen de tu hermano intacta. - ¿Qué imagen? Ignoró siempre mi existencia. Rechazó todos mis intentos de acercamiento. Jamás me defendió. Se burlaba de mí delante de sus amigos y de los míos. ¿Por qué todos creen que yo lo quería? El hecho que haya muerto, no cambia mis sentimientos- dijo Iván, desafiante. José palideció más todavía. Su rostro parecía ceniza. - Tu madre y yo tenemos mucha culpa. Nos hicimos eco de las alabanzas y de la admiración que Fede provocaba y lo tratábamos como tal. Obviamente, él se la creyó más que nadie. Se sobreestimó en tal forma que….que….- José no pudo seguir hablando. Tenía los ojos vidriosos de contener las lágrimas. - Yo pensé que estaba loco porque siempre me pareció un hipócrita. Tan encantador que era con los demás y, en cambio, acá en casa… - Sí, sí, lo sé. Era terriblemente hiriente cuando le decías algo que no le gustaba. Cuando me di cuenta del mal que estábamos haciendo a los dos tu madre y yo, ya era muy tarde. Traté de ponerle un freno y él no hizo más que despreciarme. - ¿De qué están hablando? - Nada, Lili. ¿Te sirvo algo? No quedó mucho…. - No quiero nada. Ni siquiera quiero vivir. José se levantó de la silla para abrazarla. - No digas eso, Lili. Cuando hablás así, siento como si nada quedara en pie, como si nada valiera la pena… Y mirá, tenemos razones para seguir. Nos tenemos el uno al otro, lo tenemos a Ivy- concluyó, señalándolo. Ella también lo miró, una mirada dura y despectiva que José no pudo ver. Ivy se deslizó del asiento, como queriendo esconderse, desaparecer. Se hizo un silencio pesado, insoportable. José tratando de unir los precarios hilos que aún quedaban, Lili destruyéndolo todo e Ivy deseando escapar. - Ya no hay nada que hacer – dijo Lili, rechazando a José y sentándose – Nuestra esperanza y nuestra luz era Fede y ya no está. - ¿Nuestra? No hables en plural, Lili. Parecés una fanática de los testigos de Jehová. - ¿Lo ves? Estoy sola. Completamente sola. Nadie comparte mi dolor. Ivy se removió impaciente. José elevó los ojos al techo. - Es mejor que me vaya con la abuela. Me necesita más que ustedes. - Sí, es mejor que te vayas- Lili parecía aliviada. José achicó los ojos con furia. - Si él se va, yo también – dijo contenidamente. Lili se levantó, sin expresión alguna. - Si es eso lo que quieren… de todos modos, yo estoy sola. - Papá, no la dejes…. Creo que no está bien de la cabeza. José sonrió con amargura. - No está bien de la cabeza ni de ningún lado… No soporto más, Ivy. - Tal vez, si la internáramos y le hicieran un tratamiento como a mí…. Al oír esas palabras, Lili se transformó. - Hijos de puta, quieren internarme para quedarse con todo y librarse de mí!!! Fuera de aquí los dos!!! No los quiero volver a ver en mi vida!!! -------------------------------------------------------------------------------------------------------- ERA un día soleado y cálido, sin viento. El río fluía tranquilo, mientras Vicky miraba, de cuando en cuando, a las aguas mansas, que brillaban como aceite bajo el sol, mientras revolvía su café. - Bueno – dijo finalmente, ante el silencio de Iván – supongo que, si me invitaste, debe ser para hablar de todo lo que quiero saber. De lo contrario…. - ¿qué? - De lo contrario, estoy perdiendo el tiempo y puedo tener problemas. - ¿Seguís con el rugbier? - ¿Por qué ese tono despectivo? Ya no juega, ahora está estudiando Medicina. Iván intentó seguir con su expresión neutra. Daba la casualidad que Medicina era lo que más le disgustaba. Jamás se le hubiera ocurrido seguir esa carrera. - Bueno, ¿ qué me dirías si te digo que no quiero hablar de nada, que solamente quería verte? Vicky lo miró con sus grandes ojos cálidos, pensativa. - Diría que estás loco. Lo que más deseé en mi vida es que terminaras siendo mi cuñado. Ahora… - Ahora no soy nadie. - Sos un amigo. Iván se rió. - No sé si sos ilusa, como todas las chicas, o solamente querés ser amable. Vicky bajó la vista. - No puedo olvidarlo, Ivy. Lo sigo viendo en todos lados. He tirado los pocos regalos que me hizo, quemé las fotos, hasta regalé la ropa que usaba cuando salía con él…todo inútil. - ¿Qué dice tu psicóloga? - Que tengo que hacer el duelo. Que necesito tiempo. Que ya voy a encontrar a otro que me merezca y esas pavadas… - ¿y si lo encontraste y no lo ves? Esta vez fue Vicky quien rió. - ¿Estás loco? Creo que me estás tomando el pelo. - No. Pero no importa. Mejor te llevo a tu casa, antes que nos vea alguien. …………………………………………………………………………………………….................................
Su padre dormía a su lado, en la otra cama, hasta que la abuela terminara de limpiar y acomodar la pieza de huéspedes. Esa noche, Iván se despertó como tantas otras, con la sensación del agua entrando en las ventanillas. Mientras sus ojos recorrían la habitación en penumbras, oyó el depósito del baño al lado, que estaba perdiendo. Y la cama donde dormía su padre estaba tal cual la había dejado su abuela, con las sábanas rígidamente estiradas. Alguien estaba en la sala de abajo con la luz encendida. No podía ser la abuela, que tenía horarios rígidos para dormir, para comer, para todo. Bajó intrigado, tratando de ahuyentar su sueño. Su padre estaba sentado en el gran sillón para dos, con las manos sobre la cara. Cuando sintió sus pasos lo miró y él pudo ver los surcos húmedos sobre su nariz y mejillas. - ¿Por qué estás llorando? El movió la cabeza, en un esfuerzo por recobrar la compostura. - Es que… es difícil de explicar, Ivy. Y lo último que deseo es amargarte la vida. Iván sonrió. - Vicky me dijo que estaba loco… ni bien intenté tirarme. Es lo único que puede amargarme. - Lloro porque ya no la quiero más. Y eso deja un gran vacío. ¿cómo se hace para vivir sin el motor de tu vida? Todos estos años… ya no significan nada. Tirados a la basura. Iván no supo qué contestar. Una mezcla agridulce de sentimientos lo embargó de repente. No tenía idea de lo que sentía su padre; pero su rechazo por la madre era algo que lo hería en lo más hondo, como si su alma se partiera en dos. Al mismo tiempo, la confidencia de su padre lo hacía sentir realmente importante, como si al fin dejaran de considerarlo como un chico medio tonto. - Yo… no puedo dormir. Hoy debería haber salido, pero no tenía ganas. ¿querés que nos tomemos un whisky para ir a dormir? La nona tiene uno buenísimo y lo usa para las tortas… - Siempre hizo lo mismo. Los amigos del abuelo se agarraban la cabeza. José se tomó de un trago el medio vaso que le había servido Ivy. Después se sirvieron otro. Y otro más. Las risas, tímidas primero, empezaron a oírse por todo el piso bajo. José estaba contando sus andanzas en la escuela, cuidadosamente ocultadas al abuelo. Recordaba especialmente la patada disimulada, al aparato de música que difundía el Himno Nacional que súbitamente dejó de funcionar, dejando a todos por la mitad del canto, con la boca abierta en medio del acto. Los alumnos se sacudían de pronto el aburrimiento, mientras el director, furioso, buscaba al culpable entre las caras de nada. O la bomba de estruendo en el inodoro del baño, en el quinto año de secundaria. Los clavos flojos que dejaban caer los pizarrones. El whisky devolvía esas memorias, corregidas y aumentadas. - Qué pasa aquí? – la voz chillona de sueño de la abuela los enmudeció. La abuela miró los vasos vacíos y el whisky casi terminado y los señaló furiosa. - Esta es una casa de honor! Los dos están borrachos! ¿No les da vergüenza??? Sobre todo a vos, José, estás embruteciendo al chico! Los dos se levantaron, un poco vacilantes y avergonzados, sin decir nada. ……………………………………………………………………………………………...................................
Había como siempre una fila de autos estacionados en la costanera, frente al río. Era el lugar preferido por las parejas, para estar a solas dentro de los autos por las noches y demostrarse su pasión. La policía controlaba el lugar, de tanto en tanto, iluminando con sus linternas y pidiendo documentos a los que sorprendían in franganti. El policía, joven y un tanto bravucón, recorría el camino, revoleando su linterna. Se detuvo frente a un auto, iluminando de lleno a sus dos ocupantes, ocupados en besarse. - ¡Salgan inmediatamente! Se separaron como movidos por un resorte y la chica, del lado del acompañante, bajó el vidrio. -¿Qué pasa? – preguntó, extrañada. - Oficial, no estamos haciendo nada malo – protestó el muchacho. - Salgan! Pidió documentos, papeles del auto, impuestos, seguro, carnet de conductor, autorización para manejar... -Nunca me pidieron eso! – protestó él. -Lo tenés que tener. Si no, el auto se presume robado. -Pero es de mi papá! -Y cómo sé yo que es tu papá? - El apellido! Puedo llamarlo ya mismo por teléfono… -No. Van a tener que acompañarme. -Oficial, por favor… -Falta el documento de la señorita. -No… No lo tengo. -Entonces ella va a tener que venir conmigo para averiguar antecedentes. Lo otro puedo obviarlo, pero el documento no. Vicky miró a su novio, desesperada. Pero él le devolvió la mirada, impasible. -Andá, Vicky. Y no te preocupes, yo aviso a tus padres que te van a sacar enseguida. -Pero… mis padres no están. -Andá, ya voy a pensar algo. El oficial se la llevó. Caminaron alrededor de una cuadra, en silencio. -¿Adónde me lleva? – preguntó Vicky, aterrada. Todo le parecía sospechoso. Y a Eduardo no le había importado un comino. El policía le sonrió. -Tal vez conozcas a esta persona. La linterna iluminó de lleno la cara de Iván. Vicky lo miraba, sin saber si reír o llorar. -Gracias, Néstor. Te debo una. El policía desapareció, dejando a Vicky junto a Iván. -¿Qué significa esto? -Perdón si te hice asustar, Vicky. Realmente no pensé que te asustarías. Ahora Vicky comenzaba a ponerse furiosa. -¿No voy a asustarme si me lleva un policía en medio de la noche? ¿Qué te creiste? Iván la tomó del brazo y la arrastró hasta un bar. Pidió dos cafés y le sirvió azúcar, tratando de apaciguarla. -Tenía que hacer esto, Vicky. No quería que te equivocaras. -Claro, querías quedar como un héroe! El le explicó que no era ningún héroe. Si lo fuera, su hermano no estaría muerto. -¿Qué pretendés que haga? ¿Qué te dé las gracias?- Iván miró el suelo. Vicky tenía la misma expresión que su padre, cuando él lo encontró llorando aquella noche. -Sólo quería hacer todo lo posible para que no te equivoques. Vos… significás mucho para mí. Vicky miró el techo. -¿Quién te creés que sos para entremeterte de este modo en mi vida? ¡Ni siquiera mis padres se atreven a tanto! Iván volvió a mirar el suelo, sin contestar. -Si lo que querías era que dejara a Eduardo, lo conseguiste. No quiero volver a verlo en mi vida. Pero eso no significa que termine saliendo con vos. No sos tu hermano. Ni siquiera te parecés a él. Nunca voy a desearte ni a quererte. Olvidame. Iván se puso a temblar. No había imaginado que Vicky accediera a salir con él, pero tampoco una negativa tan rotunda que hacía imposible cualquier argumento. -Creo… que está todo dicho. Adiós, Vicky. Atinó a dejar el dinero de los cafés sobre la mesa, mientras abandonaba el bar apresuradamente, desilusionado hasta la médula, olvidándose de acompañarla hasta su casa. ………………………………………………………………………………………………...........................
Era el baile de graduación. Fue el día en que José conoció a Lili. En realidad, la conocía desde los cinco años. Pero nunca la había visto de verdad hasta ese último día de secundaria. Maquillada, con el pelo lacio y brillante completamente suelto, con un vestido largo y ajustado, con tajos por los que asomaban unas piernas perfectas, llamó su atención desde que la vio en la fila y se puso a su lado, para darle el brazo bajo los flashes de las maquinas fotográficas, la música y los aplausos con que se recibía a los recién graduados. No se separó de ella en toda la noche, extasiado, y sólo permitió que bailara el vals con el padre y el hermano. La magia de esa noche no se borraría jamás de su memoria. Ella le correspondió ampliamente, aunque su familia había especulado con un matrimonio mucho más ventajoso. En realidad, fue ella quien tomó la iniciativa del primer beso y quien lo sumergió en una especie de fiesta sexual, en la que se mostró carente de inhibiciones y prejuicios. Hasta que quedó embarazada y se casaron apresuradamente. Ahora que lo pensaba detenidamente, tal vez hubiera sido ése el primer síntoma de su desequilibrio mental. Después se dio cuenta que no controlaba su ira ni su apetito, hasta que consultó con una nutricionista cuando empezó a engordar. “Hubiera debido ir a un psiquiatra” pensó. Pero nunca lo hubiera hecho. Ni siquiera ahora. José estaba inquieto. El día anterior, Lili no había contestado el teléfono. Y ese día tampoco. Estaba seguro que estaba en casa. Lili ya no trabajaba y ni siquiera había querido recibir a su suegra, que lo había llamado preocupadísima y que parecía culparlo por su estado calamitoso. Cansado de escuchar la campanilla del teléfono, que parecía sonar en el desierto, decidió ir a casa, a buscar a Lili. Aunque eran las cinco de la tarde y todavía había sol, el departamento lucía lúgubre y oscuro. Las persianas estaban cerradas y tuvo miedo que Lili hubiera desaparecido. Fue directamente al dormitorio, prendiendo todas las luces. Su esposa estaba echada sobre el almohadón, completamente vestida, con los ojos cerrados. Había adelgazado y se le contrajo la garganta al pensar que tal vez hacía días que no comía. La sacudió con desesperación. Ella abrió los ojos, de mala gana, y lo miró. El se vio en esa mirada como si hubiese sido un espejo. Un desconocido. Ella ya no sabía quien era él. Era una mirada extraviada, como de quien está viendo una visión espantosa. -Han destruido la cocina y el baño…ahora vienen aquí. -¿Quiénes?¡Aquí no hay nadie, Lili! Fue un error. Su negativa desató un ataque. Lili se levantó, como impulsada por un resorte. Corrió a buscar un bolso y comenzó a tirar ropa dentro, desordenadamente. -¿Adónde vas? - preguntó él, sin saber qué hacer. -Tengo que irme… antes que vengan ellos. El trató de cerrar la puerta, para impedirle que se fuera. Era increíble la fuerza que tenía Lili. Resoplando por el esfuerzo, él llamó a la emergencia, mientras apelaba a toda su fuerza para contenerla.
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Esquizofrenia paranoica. Las palabras tardaron varios segundos en cobrar un sentido en su cerebro. Era difícil relacionar esas palabras con Lili, aunque él hubiera sido testigo de sus desatinos. Mientras la psiquiatra de guardia le daba el diagnóstico, sin preocuparse de la presencia de Lili, ésta seguía hablando sin parar de la conspiración urdida por su hijo, de la manifestación en su contra en la plaza, llena de gente vociferando contra ella. José estaba destrozado. Era como si hubiera perdido a la verdadera Lili, reemplazada por ésta, que le provocaba un rechazo feroz. -¿Volverá?- preguntó él, tratando de dominar su miedo a la respuesta. La médica le sonrió, tratando de infundirle esperanza. Era joven, por eso hacía guardias y su sensibilidad no estaba todavía mellada por el trato diario con enfermos. -Esperemos que sí - respondió, al tiempo que le explicaba que los esquizofrénicos casi siempre respondían bien al tratamiento, lo que no solía ocurrir con los maniáticos y los depresivos. Lili quedó internada. Le dieron una inyección, que convirtió su charla incesante y compulsiva en balbuceos, hasta que finalmente se durmió y le dijeron que podía irse. …………………………………………………………………………………………...................................
Por: Silvia Pavía
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1 comentario:
Chicas, publiqué todos los capítulos de este año de "Las hojas de otoño", incluso el que voy a leer mañana, que es muy cortito. Los capítulos anteriores están en las entradas del año pasado.Usen el buscador,poniendo el título. Es largo, tengan paciencia. Besos SILVIA
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