martes, 5 de octubre de 2010

DESENMARAÑAR LA VIDA III (continuación)


(pintura de Cristian López Rey, tomada de la red)

Han pasado varios días, todo se repite. Inés está desamparada, las fuerzas se quebrantan, come poco y dormita sobre el camastro casi todas las horas.

El gato ya no la acompaña. Una tarde lo vio cuando saltaba hasta la pequeña ventana y de ahí al exterior. No regresó más. Ella también quiere ser gato para encontrar la libertad deseada.

Ya no sonríe. No divisa el futuro, quedó atrapado entre esas paredes. Qué sería de su hijo si nunca la dejaran salir. ¿Por qué tanta maldad evidencia su padre? Ya no sabe cuál es la realidad, será la de su voz interior que le dice que todo va a terminar bien, o es este encierro tan lleno de tristezas.

El calendario va perdiendo sus días y las horas transcurren silenciosas, nadie le habla, Inés aprendió a dormir con un sueño húmedo y errante.

El día amaneció con un calor intenso y se hace difícil respirar, no se oyen voces por el patio. El atardecer se oscureció de repente y se llenó de ruidos, hay una tormenta muy fuerte, relámpagos que dejan ver un destello de luz sobre la ventana, el viento muerde los árboles agitando las ramas hasta hacerlas caer. La lluvia cae con estrépito. Hace mucho que Inés no oye una tempestad así.

De repente siente que la puerta del sótano se abre y una voz como en secreto la llama por su nombre. Ella se llena de miedo, pero avanza hacia la voz que vuelve a llamarla y le dice:

-Soy Ernesto, tu hermano, vengo a sacarte de aquí. Vamos, vamos rápido, que José nos está esperando con el sulky.

Ella sube la escalera chocándose con los escalones y no puede creer lo que sucede. Abraza a Ernesto con fuerza y llora. Él la toma de la mano, la hace correr hasta donde está José, arrastrándola, y le ayuda a subir al carro. Le dan una capa para que se proteja del viento y la lluvia, pero Inés piensa que es libre, libre, ¿qué mal puede hacerle esta lluvia que parece una bendición? Alza la cara para sentir todo el frío del agua que cae, para sentir que está viva, que no es un sueño, y las gotas se unen a las lágrimas. En su mente se empiezan a mezclar las ideas, todo sucede tan rápido, tan inesperado, tanta tristeza lleva acumulada. Pensó que nunca iba a poder salir de ese encierro. Cuando nazca su hijo también él será libre.

El sulky tiene dos caballos que corren en la oscuridad, iluminada a veces por relámpagos, que ahora son más espaciados. Ha pasado un largo rato y se han alejado del foco más importante del temporal.

Ernesto le cuenta que hay todavía muchas leguas para recorrer, y le dice que ya le prepararon una habitación para que pueda descansar, se quedará a vivir con ellos en la misma casa.

Piensa en Gregorio, le avisará para que vaya a verla, para que sepa todo lo que pasó, lo difícil que fue resistir y cómo había necesitado tener noticias suyas.

Al fin entran al campo y el sulky se detiene frente a la casa donde viven. Es más de medianoche, despreocupados ya hablan y se ríen, Los hermanos que habían quedado se despiertan y van a saludarla, le enseñan a Inés cual será su lugar y preparan algo para comer, el viaje ha sido largo. Hace tiempo que no se ven, hablan contándose los problemas y alegrías del tiempo que pasó, están contentos de tenerla con ellos, tendrá que reponerse de todo lo padecido.

Inés siente una felicidad incontenible. Se despierta temprano, mira despacio cada cosa que hay en la habitación, un ropero que ocupa la mitad de la pared frente a ella, y a su lado una pequeña mesa y una silla, a su izquierda la ventana amplia con las persianas sin abrir, cree que una vez abierta verá el patio, a su derecha una puerta que da a un pasillo donde está el baño.

Necesita ropa y una bañera profunda donde gozar con el agua tibia y borrar un poco los recuerdos de tanto dolor. Quiere hablar también con los hermanos para que le busquen trabajo. Además, saber algo de Gregorio y contarle que ahora es libre y que tiene muchas ganas de verlo. Su mente se llena de proyectos, algunos posibles y otros irrealizables, pero esto no tiene importancia, ella quiere que todos se cumplan.

Han pasado varios días desde que llegó, todo ha ido ordenándose. Inés aún no puede dominar la alegría del cambio, ya casi totalmente repuesta de sus ayunos obligados, de su encierro tormentoso, de esa cárcel tan llena de soledad, ahora sólo desea ver a Gregorio para decirle que siente a su hijo creciendo bien, que se mueve dentro de ella y necesita de él.

Le ofrecieron hacer la comida de los peones, que en ese momento son once, pero en época de cosecha pueden llegar a más.

Inés aprendió a cocinar después que murió la madre. Hubo una cocinera durante un tiempo que le enseñó muchas cosas además de preparar la comida. Para ella era un juego divertido, pero esa mujer enfermó gravemente y ya no volvió. El juego se fue haciendo realidad y hubo que aceptarlo.

Ahora con su bebe por nacer las cosas son distintas, cruza el patio, se sienta en uno de los bancos de piedra a pensar cómo se debe organizar para que todo salga bien.

El viento tibio mueve su pelo mientras parece susurrarle palabras en el oído. Los árboles se estremecen y entre las hojas gira el tiempo. Dejó de pensar en la comida para recordar a Gregorio. Los días pasan demasiado rápido y aún no vislumbra la posibilidad de tener un encuentro con él. Tiene muchas cosas para contarle, lo feliz que está rodeada de cariño, y además, que conoció al dueño del campo, César Godoy, un hombre de unos cincuenta años que es viudo y no tiene hijos.

Debe organizar primero qué comidas hará en la semana y luego el pedido de cada uno de los ingredientes que utilizará, porque además de los once peones están los hermanos y ella. Trabaja sin descanso, está feliz, pero día a día se fatiga un poco más, su hijo ha crecido, falta menos de dos meses para que nazca. Todas las tardes descansa un rato en el banco de piedra. El aire se ha tornado más frío y las hojas invaden el suelo con su color dorado.

Se oye el sonido de un tren en la distancia con su traqueteo de paisajes.

Aún no tiene noticias de Gregorio. Ernesto le prometió ir a buscarlo cuando el trabajo del campo se haga más lento.

Carlos, el hermano mayor, le cuenta a Inés que tiene una pareja que vive cerca del pueblo y una nena de dos años que se llama Mabel, pero el dueño, César, no deja que la gente que trabaja allí tenga su hogar en el campo.

Inés le pregunta si alguna vez podrá conocerlas. Nunca había pensado, en estos años, en la posibilidad de que ellos tuvieran una familia.

Carlos le contesta que pronto la llevará para que las vea. Y así Inés va armando los familiares que desconocía, se imagina que cuando nazca el bebé también ella formará una.

El tiempo en su fugacidad sorprende a Inés con dolores de parto. Nace una nena a la que decide ponerle el nombre de María, como se llamaba su madre. Le pide a los hermanos que le avisen a Gregorio para que pueda conocer a su hija.

Ernesto decide ir, para ponerlo al tanto de todas las novedades, y del deseo de Inés. Arma el sulky con dos caballos, lleva algo de comer porque el trayecto es largo y desconocido para él, las indicaciones en el camino son muy esporádicas y en alguna bifurcación debe elegir la que a su criterio es la correcta.

La tarde se ha oscurecido y hay algunos relámpagos en el horizonte.

A Ernesto le parece que ese es el lugar que Inés le describió. Bate palmas en la tranquera hasta que lo atienden. Cuenta quién es y por qué viene. Lo hacen pasar. En la casa está la madre de Gregorio. El resto de los hombres que componen la familia aún no llegaron de sus tareas.

Ernesto le cuenta a la madre el nacimiento de María y la necesidad que tiene Inés de ver a Gregorio. Cuando termina de relatarle todo, además de decirle que tuvieron que rescatarla de un sótano porque el padre la tenía encerrada para impedir el casamiento, la mujer comienza a sollozar despacio, en silencio, y poco a poco se incrementa hasta convertirse en gritos desgarradores que corroen la tarde, secándola, y luego, cuando puede sosegarse un poco, le cuenta que Gregorio murió, hace días apenas, atropellado por un camión cuando iba en su bicicleta hasta un campo vecino. Ernesto queda desolado, no sabe si lo que cuenta esta mujer es real, está mareado, no puede pensar. ¿Habrá ocurrido realmente? ¿No formará parte de una fantasía, para que no se case con Inés? ¿Esta noticia tendrá que llevarla él? Llora con furia. Ese suceso se apropió también de su cuerpo sumiéndolo en una tristeza infinita. Tan trágico es todo que no alcanza a imaginar qué ocurrirá con Inés. Las dos personas de esta reunión quedan abatidas, en un desamparo sin igual.

Un poco más tarde llegan el padre y los hermanos.

La madre les cuenta que ha nacido la hija de Gregorio, que tiene un descendiente y que ésa es la prolongación de la vida de él, entonces la tristeza es un poco menos triste, y ese nacimiento nuevo ocupa ahora un lugar vital dentro de la familia. Se quedan en silencio por un espacio de tiempo prolongado y se hace muy difícil volver a hablar.

Alguien prepara café y se sientan alrededor de la mesa a conversar. Le dicen a Ernesto que Gregorio estaba muy intranquilo porque no sabía qué había ocurrido con Inés. Fue varias veces hasta el campo, pero nadie la nombraba, nadie sabía de ella.

Los hombres hablan de la muerte tan precoz, tan inesperada del hijo, y cómo contárselo a Inés. Cada uno da su opinión, sólo la madre se queda callada y no interviene, tiene las manos cerradas como en un rezo, los ojos bajos.

Al fin llegan a un acuerdo, le dirán que está internado esperando una mejoría y que si hay alguna novedad le avisaran. Con ese bebé tan pequeño, piensan que no puede recibir una noticia tan amarga.

Apenas amanece Ernesto emprende el regreso. La tormenta de la noche anterior fue débil. Sólo puede pensar en cómo le contará a Inés lo ocurrido. ¿Podrá ser todo lo fuerte que necesita para decir las palabras justas, para que ella no tenga sospecha de ninguna clase? ¿Cómo esconder sus sentimientos? ¿Qué hacer con esa tristeza que lo desgasta haciéndolo sentir débil?

(Continuará...)

Por Marta Rodríguez

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