martes, 21 de octubre de 2008

CUENTO COLECTIVO III

SECRETOS

La escena no podía ser más absurda. A punto de tocar el timbre se dio cuenta de que se había puesto un zapato de cada color. Por esa manía de comprar doble cuando algo le quedaba bien. Un par negro y otro blanco. Era tarde para arrepentirse ¿Y ahora? Bajó lenta la mano de la aldaba sin saber qué hacer. El doberman gruñía amenazante detrás de la reja como si no lo conociera. Se sintió ridículo, humillado, la distracción aseguraba un “no” rotundo de Ingrid. ¿Resistiría otro “no”? ¿Y si…? Pensar lo que pensó le dio ánimo suficiente para tocar el timbre igual. (Marta).
El animal calló sus gruñidos y pareció reconocerlo. La espera se hizo interminable, con la mirada puesta en sus zapatos tan distintos. Si al menos uno fuera marrón y el otro negro, pero blanco y negro. Vaya si estaba distraído cuando se los puso. La urgencia por ir hasta la casa de ella y los pensamientos sobre la última vez que habían estado juntos, acaso fueron los motivos de semejante descuido. (Norma)
El silencio detrás de la reja... empezó a sentir cierto fastidio pero no era precisamente eso, fastidio, lo que debería exteriorizar frente a Ingrid, aunque si bien cuando abriera la puerta, si es que la abría, justificando la cuestión de los zapatos cambiados -pensó- podría ser un juego divertido. Volvió a mirarse los pies y advirtió que el cordón del zapato blanco estaba desatado. El solo gesto de agacharse para anudarlo avivó los gruñidos del perro; se enderezó sorprendido y alargó la mano insinuando una caricia pero el animal saltó embravecido. En ese momento oyó el inefable sonido de la llave que giraba en la cerradura (Angélica).
La puerta se abrió apenas lo necesario para dejar asomar una cabeza llena de ruleros con la cara cubierta de una pasta verde, enganchada sobre hombros inclinados levemente hacia el costado, vestidos con lo que parecía una bata de baño, protegida con un nailon negro. Casi no parecía la voz de Ingrid cuando brotó de su garganta un grito ahogado, finito, diciendo: ¡qué vergüenza Tolomeo, mirá como me encontrás! Estoy en pleno make up. Dame cinco y te abro. (Oscar)
Tolomeo se sintió mareado, le pareció que iba a caer en medio de la vereda; ¡noo , sería demasiado! Ya veía los titulares de un diario local, en cuya tapa se leería en grandes letras:. “Arrestaron a un hombre en la vía pública que se hallaba durmiendo en medio de la acera. Insólito. Llevaba un zapato de cada color. Lo que hace presumir su salida intempestiva de algún acto ilícito. Como se recordará, días pasados fue asaltada la zapatería de calle San Martín al 500. El individuo quedará demorado para averiguar antecedentes.
-¡Tolomeo! -la voz de Ingrid lo volvió a la realidad. (Susana)
-Ingrid – dijo Tolomeo suavemente, todavía muy mareado.
- Hola –dijo ella sin quitarle los ojos de encima, con una expresión capaz de ahuyentar a cualquiera y, por supuesto, a él, que era más pusilánime que un cualquiera.
-Yo… lo lamento. Sé que no debería haberlo hecho, pero es una manía que arrastro desde que tengo memoria. Me castigaron toda la vida por eso, pero no lo puedo controlar, veo un escritorio o una mesita de luz y tengo que revisar… (Silvia) Pero no siguió hablando, pensó que ese no era el mejor momento para hablar con ella… Tenía que inventar una excusa para salir de allí, pero Ingrid no le dio tiempo. Lo tomó del brazo con energía llevándolo hasta la sala. Tolomeo consideró esto como una expresión de cariño, sin embargo las largas uñas se metían en su carne causándole dolor.
Había encontrado una foto de la última vez que estuvieron juntos, los rostros denotaban alegría. Quería que ella la viera, pero sabía que ahora no era oportuno. Ingrid fue a preparar un café. Él escribió algo para despedirse en una servilletita de papel y la dejó junto a la fotografía. Salió muy rápido, pero se encontró con el maldito perro, saltó hacia la reja, se tiró a la calle y corrió hasta que la sofocación se lo impidió.(Marta R.)
Parece que usar un zapato de cada color le había traído buena suerte. Haberse animado a llegar hasta su puerta, tocarlo el timbre, y encima haber entrado, fue todo un logro. Voy a pasar todos los días, con cualquier excusa. De es amanera, podré verla al menos un rato a diario, y quien dice que con el tiempo podamos seguir avanzando en nuestra relación. (Magali. S)
Sin embargo, realmente, quería él proseguir con esa relación histérica y enfermiza? Ingrid no le perdonaba sus hábitos de fisgoneo, gracias a los cuales había descubierto todas o casi todas (no podía estar seguro de nada) sus mentiras. Ingrid había mentido descaradamente sobre sus amantes (mejor dicho el número de sus amantes, las historias que ella le había contado era imposible corroborarlas con fotos), su familia y hasta sus saldos bancarios, que eran mucho menos de lo que había dejado entrever, muy astutamente, por cierto. Se había puesto como una fiera furiosa y él creyó oportuno desaparecer por un tiempo, con el objetivo de que se calmaran las llamas, pero también, principalmente, para preservar su salud y tal vez su vida. Bien arreglada, (no como la había encontrado aquella tarde) era una bella mujer. Pero ahora sospechaba que tal vez usara lentes de contacto para cambiar el color de sus ojos (ese azul fascinante podía ser perfectamente otra de sus mentiras), debía corroborar que no usaba dentadura postiza, el color de su pelo era un misterio bajo capas y capas de tintura y aquella pasta verde…. Se insinuaban en su cutis infinidad de líneas que podían convertirse en arrugas en cualquier momento… Según su documento tenía treinta y cinco años, tres más que él, pero podía haber adulterado la fecha de nacimiento. Se cambia muy fácilmente un tres por un ocho, un uno por un siete, etc. Conocía muchas histéricas que lo habían hecho.
Estaba asustado. El miedo no es zonzo, dicen.
Vuelvo o no vuelvo? Parado en la esquina, luego de correr cinco cuadras sin parar, siguió caminando en el mismo sentido, contrario a la casa de Ingrid. La foto y la servilleta de despedida debían bastar para que ella entendiera. Esa foto la había encontrado en la billetera de ella. (final de Silvia)

Y se sentó en un café. Recién pudo observar cómo estaba el día; tibio, espléndido, amarillo. Se sintió, no sé, distinto, como si recién despertara de una pesadilla. Y se puso a reflexionar: ¿un zapato de cada color? Pero, ¡qué cómico!. ( No hay nada mejor que reirse de uno mismo). ¿Que el doberman grunía?. . ¡Que Ingrid y la fotografía!, ¿el temor y la humillación.? ¡Ya fueron!. Inspiró profundamente, el aire oxigenó toda su mente y se sintió joven, revitalizado. Arregló su corbata y salió. La avenida manchada de lapachos violáceos, lo vio irse caminando con pasos lentos pero firmes, dibujado sobre el mes de octubre. ( final de Susana)

Llegar hasta la puerta de Ingrid y tocar el timbre fue un acto de arrojo. Con el paso de las horas Tolomeo piensa que esa relación se estaba transformando en una historia
tortuosa en la que no podrían encontrarse nunca. Recordó cómo se conocieron y los sueños que tenían para seguir juntos mucho tiempo.
No sabe bien si fueron los celos de ella o los de él lo que desgastó esa pasión que los unía.
Tolomeo no quiere olvidar nada y como tiene vocación de escritor, se imagina el amor de los dos novelado con un final muy triste. Vislumbra el libro publicado. ¿Cómo se llamará?
También la ve a Ingrid, después de leerlo, desolada por ese final y con deseo de volver a encontrarlo. Pero él, ya famoso, tendrá que pensarlo bien antes de aceptarla.
(Final Marta R.)

2 comentarios:

Las tramas del taller dijo...

Se me ocurrió publicar el cuento colectivo con mi final!!! Publicar algo que ya hemos leído en el taller no me parecía tan divertido... A ver si publicamos el final de cada uno... SILVIA

Las tramas del taller dijo...

Final de Susana
Y se sentó en un café. Recién pudo observar cómo estaba el día; tibio, espléndido, amarillo. Se sintió, no sé, distinto, como si recién despertara de una pesadilla. Y se puso a reflexionar: ¿un zapato de cada color? Pero, ¡qué cómico!. ( No hay nada mejor que reirse de uno mismo). ¿Que el doberman grunía?. . ¡Que Ingrid y la fotografía!, ¿el temor y la humillación.? ¡Ya fueron!. Inspiró profundamente, el aire oxigenó toda su mente y se sintió joven, revitalizado. Arregló su corbata y salió. La avenida manchada de lapachos violáceos, lo vio irse caminando con pasos lentos pero firmes, dibujado sobre el mes de octubre. ( Susana)