UN DÍA COMO HOY, 19 DE ENERO, HACE NADA MÁS QUE 200 AÑOS NACÍA EN BOSTON (USA) EL CREADOR DEL CUENTO MODERNO
El poeta Charles Baudelaire veía en Poe un espíritu próximo. Para ambos era lo extraordinario parte de lo bello, de lo que se gozaba en y por sí mismo, sin necesidad de otras justificaciones.
De los muchos textos que le dedicó, van a modo de homenaje estos fragmentos de “Edgar Poe, su vida y sus obras”, que introducían la traducción de Historias extraordinarias al francés, publicada por Baudelaire en 1856:
Ningún hombre, lo repito, ha narrado con mayor magia las excepciones de la vida humana y de la Naturaleza -los ardores de curiosidad de la convalecencia, los finales de estación cargados de enervantes esplendores, los tiempos cálidos, húmedos y brumosos, cuando el viento del sur reblandece y distiende los nervios como las cuerdas de un instrumento, en que los ojos se llenan de lágrimas que no vienen del corazón-, la alucinación dejando lo primero paso a la duda, pronto convencida y razonadora como un libro -el absurdo instalándose en la inteligencia y gobernándola con una lógica implacable-, la histeria usurpando el sitio de la voluntad, la contradicción instalada entre los nervios y la mente, y el hombre desafinado hasta el punto de manifestar el dolor con la risa. Analiza lo que hay de más fugitivo, sopesa lo imponderable y describe, de ese modo minucioso y científica, cuyos efectos son terribles, todo lo imaginario que flota en torno al hombre nervioso y lo conduce al mal. […] En esta literatura de aire rarificado, el espíritu puede experimentar esa vaga angustia, ese temor predispuesto a las lágrimas y ese malestar del corazón que habitan los lugares inmensos y singulares. Pero la admiración es más fuerte y, por añadidura, ¡el arte es tan grande! Los fondos y los accesorios son son apropiados al sentimiento de los personajes. Soledad de la naturaleza o agitación de las ciudades, todo está descrito nerviosa y fantásticamente. Como nuestro Eugène Delacroix, que ha elevado su arte a la altura de la gran poesía, Edgar Poe gusta de agitar sus figuras sobre fondos violáceos y verdosos que revelan la fosforescencia de la podredumbre y el olor de la tormenta. La naturaleza llamada inanimada participa de la naturaleza de los seres vivos, y, como ellos, se estremece con un escalofrío sobrenatural y galvánico. El espacio se profundiza con el opio; el opio confiere un sentido mágico a todos los coloridos y hace vibrar todos los ruidos con una sonoridad más significativa. En ocasiones, vistas magníficas, colmadas de luz y de color, se abren repentinamente en esos paisajes, y vemos aparecer en el fondo de sus horizontes ciudades orientales y arquitecturas vaporizadas por la distancia, sobre la que el sol lanza lluvias de oro. Los personajes de Poe, o mejor dicho, el personaje de Poe, el hombre de facultades superagudas, el hombre de nervios relajados, el hombre cuya ardiente y paciente voluntad lanza un desafío a las dificultades –ése cuya mirada se tiende con la rigidez de una espada sobre los objetos que engrandecen a medida que él los contempla—, es el propio Poe. Y sus mujeres, luminosas y enfermas, muriendo de extraños males, que hablan con una voz que se asemeja a una música, también son él; o al menos, por sus extrañas aspiraciones, por sus conocimientos y por su incurable melancolía, participan en grado sumo de la naturaleza de su creador. En cuanto a su mujer ideal, a su Titánida, aparece en distintos retratos, diseminados en sus no demasiadas poesías, retratos, o, mejor, modos de sentir la belleza, que el temperamento del autor aúna y confunde en una unión imprecisa pero sensible, donde habita quizás con mayor delicadeza acaso que en otra parte ese amor insaciable por lo Bello, que es su gran razón, es decir, el compendio de sus razones para su afecto y su respeto por los poetas.
De los muchos textos que le dedicó, van a modo de homenaje estos fragmentos de “Edgar Poe, su vida y sus obras”, que introducían la traducción de Historias extraordinarias al francés, publicada por Baudelaire en 1856:
Ningún hombre, lo repito, ha narrado con mayor magia las excepciones de la vida humana y de la Naturaleza -los ardores de curiosidad de la convalecencia, los finales de estación cargados de enervantes esplendores, los tiempos cálidos, húmedos y brumosos, cuando el viento del sur reblandece y distiende los nervios como las cuerdas de un instrumento, en que los ojos se llenan de lágrimas que no vienen del corazón-, la alucinación dejando lo primero paso a la duda, pronto convencida y razonadora como un libro -el absurdo instalándose en la inteligencia y gobernándola con una lógica implacable-, la histeria usurpando el sitio de la voluntad, la contradicción instalada entre los nervios y la mente, y el hombre desafinado hasta el punto de manifestar el dolor con la risa. Analiza lo que hay de más fugitivo, sopesa lo imponderable y describe, de ese modo minucioso y científica, cuyos efectos son terribles, todo lo imaginario que flota en torno al hombre nervioso y lo conduce al mal. […] En esta literatura de aire rarificado, el espíritu puede experimentar esa vaga angustia, ese temor predispuesto a las lágrimas y ese malestar del corazón que habitan los lugares inmensos y singulares. Pero la admiración es más fuerte y, por añadidura, ¡el arte es tan grande! Los fondos y los accesorios son son apropiados al sentimiento de los personajes. Soledad de la naturaleza o agitación de las ciudades, todo está descrito nerviosa y fantásticamente. Como nuestro Eugène Delacroix, que ha elevado su arte a la altura de la gran poesía, Edgar Poe gusta de agitar sus figuras sobre fondos violáceos y verdosos que revelan la fosforescencia de la podredumbre y el olor de la tormenta. La naturaleza llamada inanimada participa de la naturaleza de los seres vivos, y, como ellos, se estremece con un escalofrío sobrenatural y galvánico. El espacio se profundiza con el opio; el opio confiere un sentido mágico a todos los coloridos y hace vibrar todos los ruidos con una sonoridad más significativa. En ocasiones, vistas magníficas, colmadas de luz y de color, se abren repentinamente en esos paisajes, y vemos aparecer en el fondo de sus horizontes ciudades orientales y arquitecturas vaporizadas por la distancia, sobre la que el sol lanza lluvias de oro. Los personajes de Poe, o mejor dicho, el personaje de Poe, el hombre de facultades superagudas, el hombre de nervios relajados, el hombre cuya ardiente y paciente voluntad lanza un desafío a las dificultades –ése cuya mirada se tiende con la rigidez de una espada sobre los objetos que engrandecen a medida que él los contempla—, es el propio Poe. Y sus mujeres, luminosas y enfermas, muriendo de extraños males, que hablan con una voz que se asemeja a una música, también son él; o al menos, por sus extrañas aspiraciones, por sus conocimientos y por su incurable melancolía, participan en grado sumo de la naturaleza de su creador. En cuanto a su mujer ideal, a su Titánida, aparece en distintos retratos, diseminados en sus no demasiadas poesías, retratos, o, mejor, modos de sentir la belleza, que el temperamento del autor aúna y confunde en una unión imprecisa pero sensible, donde habita quizás con mayor delicadeza acaso que en otra parte ese amor insaciable por lo Bello, que es su gran razón, es decir, el compendio de sus razones para su afecto y su respeto por los poetas.
(Tomado de: Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, traducción de Carmen Santos,Visor, 1988, Madrid)
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