domingo, 25 de mayo de 2008

NOSOTROS TRES

(imagen Google)


Imagine un pueblo con un campo de lavandas. Y el pueblo, reflejado en el cielo..
Pocas casas, una capilla con una simple cruz en lo alto, una calle, una plaza con algunas hamacas, una calle larga con vestigios de lluvias en sus alcantarillas, y debajo de las alcantarillas saben cantar las ranas y a su alrededor una espuma azulverde.
Y en las orillas, el mundo. Allí, estamos los tres.
Él, con su camisa blanca, tan blanca. Ella, con su vestido amarillo, tan amarillo.
Y yo, detrás, más alto que ellos dos con mi único deseo, el de aspirar el fuerte olor a viento y permanecer así, de pie, como abrazando al paisaje.
Ellos, en cambio, se recuestan sobre el campo cuan largos son y allí explota el aroma, surge, haciendo que todo mi yo se emborrache de placer, y el perfume se arrastre hasta los escondites más inverosímiles de la tierra y hasta parece que hay un vaho grisáceo, en el espacio.
En el campo de lavandas todo es plano, todo está quieto. No hay arbustos, no hay raíces, no hay límites, solamente se ven pasar tres nubes pesadas como si fueran otros campos, otras lavandas, otros aromas.
De vez en cuando una bandada de pájaros pasa sobre nosotros tres.
Él y ella, están así medios adormecidos, hablan tan bajo que apenas los escucho, pero guardo distancia, no puedo hacer nada por ellos.
Me quedo así, estático, mientras la tristeza nos inunda.
Están con los ojos fijos en el sol mirando los caminos que recorre hasta llegar a la tierra.
No hay sonidos.
Apenas, algún ronco motor, lejano, muy lejano corta la tarde.
La tarde de mayo.
Se levantan. Se alisan la ropa. Lo hacen en forma lenta. Casi ni se miran.
Yo, no sé qué hacer, ante tanta desolación.
Ponen los pies en la espuma de las lavandas y caminan. Los dos parecen sentirse vencidos.
Los veo llegar al pueblo. Ella, entra por el ala izquierda. Él, por la derecha.
Y en el medio de la calle, la capilla con una cruz en lo alto.
Yo, esperaré.
Me siento, confundido, un poco culposo, quise decirles tantas cosas y al fin no les dije nada.
La tarde espera a la noche y la noche a las estrellas.
El pueblo con su campo de lavandas tiene pocas casas, una plaza con algunas hamacas, y en el medio del campo de lavanda hay un solo árbol, el único.
Más alto que el hombre de camisa blanca y la mujer de vestido amarillo.
Un árbol, que en primavera, se llena de flores blancas, muy blancas.
Y en el otoño, sus hojas se vuelven amarillas, de un intenso color amarillo.
¡Nosotros tres!
Susana Ballaris

2 comentarios:

Las tramas del taller dijo...

Susana, me encantó el cuento, muy bueno, bien llevado, me atrapó y la revelación final es fantástica.
Silvia

Las tramas del taller dijo...

Gracias, Silvia.
Es tan bueno sentirse estimulado
Susana