lunes, 15 de junio de 2009

LA GRAN SORPRESA

Los diarios, la radio y la tele continuamente recordaban que el veinte de julio por primera vez, el hombre caminaría sobre la misteriosa superficie lunar. Era el tema preferido de todos, pensaban que un gran misterio podría develarse; se preguntaban ¿estará habitada?, ¿podremos comunicarnos con ellos?, ¿serán parecidos a nosotros?; estas y otras dudas rodeaban al acontecimiento del siglo.
Como era costumbre su madre se dedicó a organizar el evento, mirar por tele la llegada del hombre a la Luna. Primero llamó a las tías Elisa y Angélica que vivían en Roldán en aquella antigua casa familiar, a fin de confirmar la existencia de un televisor que pudiera registrar con claridadlo que iba a suceder en el espacio celeste. Luego tomó el teléfono, esa siniestra caja negra que alteró durante años la siesta de Rosetta, la abuela; invitó a sus sobrinas para que la acompañaran, ya que era arriesgado viajar solas y de noche, por una ruta poco transitada
Para culminar las tareas previas decidió preparar bocaditos dulces y una torta de chocolate, dicha receta había sido guardada durante años como sí fuera un secreto de los Templarios. Susi escuchó a su madre decir: por favor debes ayudarme esto es importante y disponemos de muy poco tiempo, el tiempo para su madre era como un chicle, lo acomodaba según más le convenía.
La semana anterior, Susi, ante el posible arribo del hombre a la Luna, decidió buscar en la biblioteca familiar los cuentos de Ray Bradbury que su abuela tiempo atrás le había regalado, seleccionó uno de ellos, Calidoscopio, y decidió leerlo nuevamente; era emocionante pensar en la posibilidad de que la ficción de Bradbury pudiera convertirse en realidad, como lo había soñado durante su infancia mientras leía escondida, ante el temor que le provocaba la presencia de Sor Paula, revoloteando como un cuervo por el dormitorio de la escuela donde estaba pupila.
Llegó el gran día. Salieron de Rosario después de cenar frugalmente y pasaron a buscar a sus primas; él tío, clásico alarmista, desde el balcón exclamó: -¡tengan cuidado, la ruta de noche es peligrosa para mujeres solas! -, a nadie pareció interesarle su opinión, la misión era muy emocionante y no merecía la pena detenerse en detalles poco importantes.
Durante el viaje recordaron sus aventuras pueblerinas en las noches de luna llena leyendo cuentos de terror, vestidas de brujas, persiguiendo fantasmas imaginarios mientras las creían dormidas. Sin darse cuenta habían llegado a destino, la vieja casona se veía diferente, todo parecía distinto, las luces de la calle eran muy tenues, los árboles que la rodeaban estaban sin hojas por la llegada del invierno. Un viento frío despeinó sus rulos al bajar del auto y el ruido del portón oxidado las recibió con desgano. De improviso el farol que estaba junto a la ventana iluminó la galería y aparecieron las tías muy sonrientes, calmando el temor de todas, incluyendo el de Mimí, la gata siamesa que formaba parte de ese grupo de aventureras.
A partir de ese momento comenzaron los últimos preparativos para participar del evento del siglo. Se distribuyeron las tareas, prender la tele, acomodar los sillones y preparar café, té, chocolate o mate, como era costumbre nunca se ponían de acuerdo sobre qué infusión tomar; juntas parecían una orquesta de señoritas esperando su debut en algún teatro olvidado.
La pantalla del televisor no lograba trasmitir con nitidez lo que sucedía a millones de kilómetros en el espacio celeste, esto creó un suspenso propio de una película de Alfred Hitchcock, todas luchaban para eliminar esa lluvia molesta sacudiendo la pobre antena, mientras los astronautas caminaban sobre la superficie lunar, ignorando el drama familiar: no poder ver al hombre pisotear alegremente la superficie lunar, hasta ese momento virgen.
De pronto, Susi oyó un sonido extraño que llegaba desde el patio, nadie pareció notarlo; tomó la linterna y se asomó por la puerta de la cocina, todo estaba muy oscuro, caminó algunos pasos y notó que el césped junto a la casa había desaparecido por la helada, un brillante manto de rocío lo cubría; se acercó lentamente y observó unas huellas muy especiales que iban directo a la cochera. Su prima Vivi que seguía sus pasos, le susurró: -esas huellas son extrañas, no son pisadas humanas -.
Eran huellas pequeñas apenas dejaban su marca sobre la tierra húmeda; nuevamente Vivi le susurró: -nosotros fuimos a la luna y ellos nos devuelven la visita -. Susi recuperó la respiración, se armó de valor, tomó el rastrillo y con la poca valentía que le quedaba empujó la puerta de madera de la cochera; vaya sorpresa, se encontró con el extraterrestre tan soñado por su prima... La tortuga Renata que se había despertado de su largo sueño invernal gracias al tremendo alboroto familiar intentaba buscar un nuevo refugio.
Exactamente cuatro años después, un frío día de invierno, Susi giró la cabeza, y sobre una larga alfombra roja vio sus pisadas saliendo de la iglesia, con su coqueto traje de novia; como la tortuga Renata, partía en busca de un lugar en el mundo, donde la luna brillara iluminando su camino y, por curioso que parezca, era un veinte de julio.

Por Graciela Didier

2 comentarios:

Las tramas del taller dijo...

Sobre la base de la llegada del hombre a la luna, Graciela dibuja con precisión el recuerdo de familia. Un relato sólido, bien armado, los detalles acentúan el contraste con la actualidad, basta con el recuerdo de la lluvia en los televisores, por ejemplo. Un hallazgo relacionar la huella de los astronautas con las menudas huellas de la tortuga.
Marta O.

Las tramas del taller dijo...

Lindo relato costumbrista, refleja el clima exacto vivido aquel día en miles de hogares y re crea la sensación de misterio que todos sentimos entonces.
Buena relación de lo meramente histórico con lo familiar y nostálgico, condimentado con el suspenso y la genial participación de Renata.
Oscar Tartabull