sábado, 3 de julio de 2010

DESENMARAÑAR LA VIDA (I)


Languidece el año 1915.

Juan espera que el sol desaparezca en el horizonte, es ahí cuando comienza a brotar ese otro sol que es fuego en su cuerpo, sabe que el vino fuerte puede apagar lo que siente, inundarse de líquido, corroerse por dentro, salirse de la vida.

Ata a Lucero al carro, su caballo cansado recorre el camino sin trotar, ese camino que está clavado en la memoria, años de ir y volver al mismo sitio.

Al fin llegan, Juan entra al bodegón como si fuera su dueño. La necesidad de apagarse hizo que pidiera la botella y apenas descorchada inundó por tres veces el vaso y recién en ese momento se sintió más libre. Giró su cabeza para ver si la mesa de él estaba ocupada. Había un hombre joven comiendo, comiendo todo, con apuro, como si el tiempo se le terminara. Juan tomó una silla y se sentó frente a él. Le dijo entonces:

-Esta mesa la ocupo yo, todos los días a esta hora.

El muchacho le presta atención y deja de comer, lo mira con interés.

-Está bien - le dice- y se va sin pagar.

Cuando el mozo se da cuenta de lo ocurrido, corre a increpar a Juan.

Él no comprende cómo el mozo no recuerda que esa mesa le pertenece, es de él, en ese momento es suya. Pide salame, pan y la bebida de siempre. Bebiendo huye de la realidad. Se acomoda en el cerebro un olvido espeso y se abandona a medida que el alcohol entra en el cuerpo. Sólo al sentir ese agotamiento silencioso que lo libera de todo, le ordena al mozo para que lo lleve hasta el carro.

La noche se va cerrando bajo un cielo estrellado. Lucero emprende el regreso al campo. Juan duerme sobre el carro un sueño retorcido mezcla de vino, ginebra y ron.

En la casa lo espera Inés, la única hija mujer, la más chica, con sus diecinueve años y un mundo para descubrir. Cuando ve que el carro ingresa al campo, va al encuentro y halla al padre ebrio y dormido como siempre. Trata de moverlo para ver si vuelve en sí y llevarlo hasta la cama. Es demasiado pesado. Lo tendrá que dejar allí. Buscará algo para taparlo y desata a Lucero que se encamina al establo.

El olor a alcohol empapa la noche. Inés se avergüenza.

Se sintió desvalida cuando murió la madre, así, de repente todo. No tenía ni diez años y después fueron los hermanos, de a uno eligieron irse de la casa, ella sufre la orfandad como un cielo que se va oscureciendo poco a poco y de tan renegrido ya no puede divisar las estrellas.

Quiere contarle al padre el secreto que tienen con Gregorio, un secreto de vida compartida entre los dos y que ahora le propone matrimonio. Sin embargo tendrá que esperar a que esté sobrio. Y se acuesta con su secreto no dicho. El insomnio se le pega, le parece sentir el olor y la piel de Gregorio junto a su cuerpo, que la abraza en la oscuridad y sueña con que el tiempo para estar juntos siempre les parecerá efímero. De repente se llena de miedo. ¿Y si su padre no la dejara casarse? No, no podía pensar en esas cosas, seguramente que eso no iba a ocurrir, apretó los dientes, las mejillas se endurecieron y una duda apareció en su frente.


La mañana se dibuja con un sol lleno de luces, solo hay sombra bajo los árboles de fronda verde.

Inés estira su sueño porque sueña lo que desea. No quiere abrir los ojos, los aprieta con ternura, para que sigan así, la realidad es siempre inhóspita. Al fin se levanta, prepara los desayunos. Desde que se quedaron solos, sin otra familia que ellos dos, se juntan en la mañana. Cuando todo está listo sale a llamarlo. La brisa fresca le rumorea en el oído que todo va a estar bien. Se siente feliz por lo que han decidido con Gregorio.


Juan entra hablando con uno de los peones, casi ni la saluda, Inés se queda callada. Él termina de tomar su café y se va sin notarla.

Inés se siente más huérfana que nunca. Se pregunta ¿alguien le habrá contado sus proyectos? Se agita, sufre la resignación silenciosa a que la somete el padre. La alegría se apaga y la garganta tropieza con un grito mientras ella trata de silenciarlo. Los ojos se ponen vidriosos y presiente algo malo. Sus fuerzas palidecen.

Pasan varios días y el padre no le habla. No sabe cómo comportarse ni qué decir. Es como un árbol que se desgaja, las ramas vencidas tiritan al caer mudas sobre la tierra ¿podrá sobrevivir después?

Por Marta Rodríguez

(Continuará)

1 comentario:

Las tramas del taller dijo...

Muy bueno Marta! Pero termina asi? Yo quería seguir leyendo!!! besos SILVIA