Estoy envuelto en un papel de periódico, que dice domingo del año dos mil cinco. Me suben a una trafic y ahora estoy parado, inmóvil, frente a una ventana. La ventana da a una habitación. En la habitación hay una cama y en la cama duermen la abuela, luego la hija y más tarde sus hijas.
No sé por qué, al transcurrir los días, un hilo invisible me va envolviendo en forma espiralada. Un manojo de voces, del barrio, distrae mi cansancio por estar tanto tiempo de pie.
La piel del verano y la piel de los vientos, me van aclimatando. El trabajo dura meses, justo en el tiempo de las brevas cuando octubre se enreda con noviembre. En realidad, no estoy nunca solo, estoy mimado por las miradas de la abuela, la hija y sus hijas. De tanto en tanto, llega el abuelo y sacude con fuerza la tierra y ay cuánto dolor siento en mis pies resecos.
Es claro, luego cuesta reacomodarme y estar erguido. Pasan los años. La ventana se cierra y los que ahora me miran son desconocidos. Año dos mil ocho. Llegan otro día domingo y comienzan a tumbarme y a darme vueltas sin miramientos. Ahora vivo junto a un muro destemplado sin lunas y sin estrellas.
Siento que el hilo invisible, aquel del comienzo, cierra un círculo dentro de mí.
Todos creen que estoy transpirando pero a nadie se le ocurre que en verdad estoy llorando.
Es que ya no me recuerdan, ni me llaman por mi nombre : ¡Jazmín!
No sé por qué, al transcurrir los días, un hilo invisible me va envolviendo en forma espiralada. Un manojo de voces, del barrio, distrae mi cansancio por estar tanto tiempo de pie.
La piel del verano y la piel de los vientos, me van aclimatando. El trabajo dura meses, justo en el tiempo de las brevas cuando octubre se enreda con noviembre. En realidad, no estoy nunca solo, estoy mimado por las miradas de la abuela, la hija y sus hijas. De tanto en tanto, llega el abuelo y sacude con fuerza la tierra y ay cuánto dolor siento en mis pies resecos.
Es claro, luego cuesta reacomodarme y estar erguido. Pasan los años. La ventana se cierra y los que ahora me miran son desconocidos. Año dos mil ocho. Llegan otro día domingo y comienzan a tumbarme y a darme vueltas sin miramientos. Ahora vivo junto a un muro destemplado sin lunas y sin estrellas.
Siento que el hilo invisible, aquel del comienzo, cierra un círculo dentro de mí.
Todos creen que estoy transpirando pero a nadie se le ocurre que en verdad estoy llorando.
Es que ya no me recuerdan, ni me llaman por mi nombre : ¡Jazmín!
Rosario/setiembre/2008
Por Susana Ballaris
3 comentarios:
Buenísimo, ponerle voz a una planta es maravilloso y además de voz también tiene sentimientos. Solo le falta aprender computación y mandar mails.
Oscar
Oscar: siempre con tu buen humor.Te agradezco tu comentario. Creo que nos estamos enriqueciendo unos a los otros y eso es bueno.La profe le pondrá imagen. Yo no me animo a introducirme en ese aspecto dentro del blog/ Susana Ballaris
Susana, me encantó, no sé si mi juicio vale porque es totalmente subjetivo: si me gusta es bueno, si no...ni siquiera acabo de leerlo. Pero tu texto lo leí de un tirón...Silvia
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