martes, 17 de junio de 2008

SALIR



En aquellos días yo quería salir de mi casa, salir de verdad, no sólo abrir la puerta, andar por la vereda, ir al súper, al trabajo o a surfear sobre las olas de la pileta de lavar de la vecina.


Mi casa aun es un cubo perfecto. Cuatro paredes, un piso y un techo, todos del mismo tamaño. Tiene tres puertas, una mira al oeste, otra al sur, la tercera está en el techo, justo en el medio. Salir por las puertas del sur o del oeste es abrir, traspasarlas y nada más, pero salir por la del techo es otra cosa. Caminar hasta la puerta no es problema, como es lógico, sólo debo caminar por el piso hasta una de las paredes, caminar por esa pared hasta el techo, luego por el techo hasta la puerta. Abrirla es fácil, me agacho y la empujo. Pero salir ya se complica, es como caerse hacia arriba, si llega a ser un día sin nubes, nunca se sabe cuándo se llega a algo, siempre se sigue saliendo sin situarse en ningún lado. Aquí estaba mi problema, quería salir e ir a algún lugar, no sólo ir para arriba.



En ese entonces, la casa no tenía muebles. Yo me dedicaba todo el tiempo a pensar como salir de verdad, pero especialmente salir de verdad por la puerta de arriba, sin caerme y seguir saliendo hasta el infinito, quería salir a buscar un destino.



Se me ocurrió entonces que la única solución era salir en bicicleta, pero no había ninguna en la casa, ya dije que estaba absolutamente vacía. Busqué en mis bolsillos, encontré una tiza. Me dirigí hacia la pared norte, dibujé un rectángulo de un metro cuarenta de alto por setenta centímetros de ancho, con doble línea. A la altura de mis caderas dibujé dos rectángulos interiores de sesenta y nueve coma cinco centímetros de ancho por doce de alto, separados por una línea doble, rellena, de medio centímetro de espesor, justo en el centro de cada rectángulo hice un círculo pequeño. Así tuve mi primer armario con dos cajones, en otra oportunidad ya lo completaría con estantes y algunas puertas corredizas, o mejor aún, si lograba salir como yo pretendía, podría buscar un carpintero para que lo terminara y lo lustrase adecuadamente.


Dando tres pasos y medio hacia atrás, me alejé, admiré la perfección del armario, me acerqué nuevamente y con la palma de mi mano derecha hacia adentro, enganché el círculo entre mis dedos índice y medio tirando con suavidad. Encontré un bloc de papel de dibujo, marca Miguel Angel (como los de la clase de dibujo de la escuela) y varias hojas A4 de setenta gramos apiladas sobre el fondo del cajón. Saqué el bloc, cerré, abrí el de arriba. Allí encontré una caja de ceritas de colores, lápices Faber Nro. 2, sacapuntas de metal, una regla de veinte centímetros, compás, una caja con fibras de doce colores y una escuadra. Saqué todo, con el codo cerré el cajón, me fui hacia la pared este, que ya habrán imaginado, sin ventanas ni nada, era la única que dejaba traspasar la luz por entre los ladrillos, que como debe ser en estos casos, sólo la dejaba traspasar en los momentos aquellos donde se hacía necesario ver algo, si no, era una pared oscura como las otras.


Sentado en el suelo, la espalda contra la pared, las piernas en canasta, lápiz en mano, el bloc abierto y una gran ansiedad, me puse a dibujar una bicicleta. La hice rodado veintiséis con llantas de aluminio, cubiertas semi tubo, y doce cambios. Los guardabarros los pinté anaranjados, el cuadro azul cielo. El asiento negro y los puños del manubrio también negros, de neoprene. Quedó una maravilla, los rayos perfectos, ni uno solo torcido, las válvulas de las cámaras eran de auto, para poder inflarlas en las estaciones de servicio sin pedir prestado el adaptador, los pedales tenían ojos de gato en la parte fina, para que se vean de atrás en la noche.



La saqué con cuidado del bloc, la apoyé contra la pared y me acosté en el suelo junto a ella. Dormí como un lirón casi cinco horas, me desperté como a las seis y media, ya estaba saliendo el sol, así que tomé la bicicleta por los manubrios, caminé hasta la pared norte, por esta pared caminé hasta el techo, por el techo caminé hasta la puerta, justito en el medio, la abrí, monté mi flamante bicicleta y salí.


Andaba como si fuera de carrera, liviana como una pluma, ágil, muy maniobrable. Era el primer día que salía en serio, así que recorrí todo lo que pude. Anduve por encima del cable del trolebús derecho por calle Mendoza hasta el centro. Es fascinante cómo se ven las cosas desde arriba de esos cables. De a ratos cuando pasaba algún trole, jugaba a pedalear a la misma velocidad exacta, manteniéndome justo en la mitad del techo, pero cuando lo paraban, yo seguía meta pedalear más rápido hasta alcanzar otro. También anduve por árboles, ramas, nidos. También por la calle, más que nada para no parecer tan excéntrico.



Volví a la noche, cansadísimo. Tan cansado estaba, que en vez de entrar por el techo, entré por la puerta sur, produciéndome esto una gran decepción de mí mismo. Otra vez dormí hasta el amanecer y otra vez a salir. Así varios días hasta que de tan cansado que estaba, me puse a dibujar una cama para dormir mejor. Empecé una horrible rutina de salir cinco días, dibujar cinco, salir cinco, dibujar cinco. Dibujé mesas, sillas, sillones, veladores, armarios, baúles, una máquina de escribir, jarras, zoquetes de lana, caracoles, hasta que un día me di cuenta de que saliendo ya había recorrido todo y dibujando había llenado tanto la casa de porquerías que no tenía lugar ni para moverme hasta el techo para salir. Hice un último dibujo, un teléfono, llamé a Cáritas, me mandaron un camión y les di casi todo, solo me quedé con lo imprescindible y volví al principio, saliendo tampoco encontraba un destino.



Entre lo que me había reservado estaba la máquina, puse una hoja A4 y siempre contra la pared este, que dejaba pasar la luz, me puse a escribir. Sin darme cuenta, dejándome llevar por las teclas, estaba escribiendo que dibujaba y que salía, pero ahora no había límites, salía en auto, volanta, a caballo, en submarinos o montado sobre una lombriz voladora; no me cansaba, lo que escribía no ocupaba lugar si yo así lo decidía en el texto, los lugares recorridos en las salidas podían ser siempre distintos. Es más, lo eran, porque yo quería que lo fuesen. Al fin había podido salir siempre sin despegar la espalda de la pared este.


Oscar Daniel Tartabull (reciclado del año 2004)

1 comentario:

Las tramas del taller dijo...

Ingenioso/Silencio/Original/Silencio/Creativo/Silencio/Profundo/Silencio/Regaló imágenes/Silencio/IMÁGENES con sus herramientas/Silencio/HERRAMIENTAS con soles de día y lunas de noche/Silencio/SOLES Y LUNAS con el poder y querer SALIR de la mente/Punto/Silencio/Silencio/Silencio. Susana Ballaris