sábado, 26 de julio de 2008

LULÚ


A esa hora del mediodía cuando los autos parecen correr a contramano del calor, cuando todos queremos llegar al sitio elegido, pasé por la esquina y no la vi. Seguí dos cuadras adelante, doblé y regresé al mismo lugar. Obligada por el semáforo me detuve. No, no estaba, miré enfrente, en diagonal, miré hacia todos lados y ella ausente. Me pareció raro no encontrarla un jueves a esa hora, porque ese día nunca faltaba. También solía verla los martes.
Yo tomaba ese camino al salir del trabajo. La esquina es muy transitada, más aún cuando sale la gente de Tribunales. Hay semáforos por Pellegrini y por Oroño, siempre se ve el grupo de chicos que lavan los vidrios de los autos. Apenas se prende la luz roja se abalanzan munidos de secador y detergente. Algunos permiten la limpieza por unos centavos, otros se van sin dejar nada y los más ni siquiera los miran.
Yo me había acostumbrado a encontrarla los jueves. Me imaginaba que la madre tendría una tarea fija ese día y la dejaba con los hermanos. Se acercaba al auto y con una voz casi imperceptible pedía una moneda. Al principio se la daba, después le llevaba algún helado o galletitas de las que le gustaban.
Parecía muy pequeña, tendría unos cuatro años. Delgada, su pelo castaño bajaba en rulos hasta los hombros, el vestido era de un color inexistente y cuando hacía calor los pies descalzos. No debía vivir muy lejos, tal vez en la villa de Gaboto y Corrientes .Un día le pregunté su nombre y no me contestó, entonces le puse Lulú, porque parecía una muñeca. ¿Tendría ella una muñeca?
Ese jueves el sol brillaba como nunca y el aire se hacía irrespirable.
Apenas se prendía la luz verde, los autos parecían encimarse unos con otros, tocaban bocina y arrancaban a gran velocidad, escapando de sí mismos.
Era posible que Lulú se hubiera quedado en su casa, colmada de carencias; sin embargo, más confortable que la esquina de siempre.
La semana siguiente pregunté por ella a los chicos en la parada y ninguno la conocía, tampoco eran hermanos, sólo sabían que se llamaba Mabel. A nadie le preocupó su ausencia.
Me inquietó no encontrarla. Recorrí dos comisarías de la zona y nadie había llevado a Mabel, ni averiguado por ella. Pensé que podía estar enferma y para tranquilizarme, me dije que el martes la vería. Decidí, sin embargo, hablar con la persona que atendía el carrito estacionado enfrente. Me contó que unos días atrás había visto algo que le llamó la atención: un auto parado frente a ella, alguien abrió la puerta trasera y Mabel subió. Agregó que sin duda ella los conocía porque lo hizo sin dudar.
Han pasado siete meses, paré en todas las esquinas donde los chicos limpian los vidrios de los autos y no la hallé.
El calor del sol era su amigo, la tristeza la guardaba en la mano extendida para recibir una moneda. ¿Cómo descubrir la luna de su infancia si nadie le enseñó a levantar los ojos para verla? ¿Habrá soñado alguna vez con una pajarita de papel glasé?
La primavera, como una constante, nos invadió de aromas.
La he buscado a Lulú en todas partes y aún espero encontrarla, tal vez en un bar vendiendo flores o junto a una mujer acompañada de varios chicos y ella distraída, un poco más atrás, caminando despacio.

Por Marta Rodríguez

4 comentarios:

Las tramas del taller dijo...

Excelente Marta
Acaso vuelvas a encontrar a Mabel/Lulú un dia de estos o talvez dentro de un tiempo, pero si la ves diferente, bueno...
Angélica

Las tramas del taller dijo...

Muy sentido, muy real, muy de hoy y de adentro del alma. Imágenes perfectas y sentimientos muy bien descriptos. Duele el texto, hace sentir lo que vos sentiste al no encontrarla. Buenísimo.
Oscar

Las tramas del taller dijo...

MARTA: no puedo negar haber puesto algunas lágrimas en mis bolsillos, u otras se quedaron secas en los huecos de mis ojos. Lo siento mucho. Porque hay demasiadas Lulú en nuestros caminos y nadie las encuentra, porque no las busca. Vos tuviste una oportunidad...
Susana Ballaris

Las tramas del taller dijo...

MARTA: no puedo negar haber puesto algunas lágrimas en mis bolsillos, u otras se quedaron secas en los huecos de mis ojos. Lo siento mucho. Porque hay demasiadas Lulú en nuestros caminos y nadie las encuentra, porque no las busca. Vos tuviste una oportunidad...
Susana Ballaris