La figura femenina lleva su vestido largo ancho diría plumoso. Hay un leve movimiento en el hombre en su sombrero al viento.
El sol esquiva cada rincón de la habitación y medio adormecido encuentra un lugar en algunos pliegues de los espejos redondos.
Están allí: esperando que uno le hable al otro.
Pero siguen serios, y yo no sé qué hacer si quedarme en silencio o decir algo, aunque sea bien bajito.
Naranjas opacas están caídas en el suelo y otras perdieron su rumbo al pasar por la ventana...
Si entrara, detrás de mí habría una puerta; ¿qué hago?, ¿sigo mi camino? ¿o los dejo?
Ellos están empecinados en no decir nada. Los pies del hombre están como clavados en el suelo medio amarronado y la mujer sigue tal cual tan elegante con su vestido largo diría plumoso.
Mientras tanto, el sol sigue reflejándose usando su habilidad para inmiscuirse en los intersticios de los muebles, del cortinado, en la madera del piso.
Decido dar unos pasos. Y giro mi cabeza hacia atrás. Los miro. Ellos me miran. El sol está quieto.
Solamente se observa un movimiento sutil en el sombrero del hombre.
Las naranjas siguen allí. Nadie se ha animado a quitarlas del lugar.
Y allí en ese instante, me doy cuenta de que el óleo le ha dado una transparencia inusual a la escena.
por Susana Ballaris
El sol esquiva cada rincón de la habitación y medio adormecido encuentra un lugar en algunos pliegues de los espejos redondos.
Están allí: esperando que uno le hable al otro.
Pero siguen serios, y yo no sé qué hacer si quedarme en silencio o decir algo, aunque sea bien bajito.
Naranjas opacas están caídas en el suelo y otras perdieron su rumbo al pasar por la ventana...
Si entrara, detrás de mí habría una puerta; ¿qué hago?, ¿sigo mi camino? ¿o los dejo?
Ellos están empecinados en no decir nada. Los pies del hombre están como clavados en el suelo medio amarronado y la mujer sigue tal cual tan elegante con su vestido largo diría plumoso.
Mientras tanto, el sol sigue reflejándose usando su habilidad para inmiscuirse en los intersticios de los muebles, del cortinado, en la madera del piso.
Decido dar unos pasos. Y giro mi cabeza hacia atrás. Los miro. Ellos me miran. El sol está quieto.
Solamente se observa un movimiento sutil en el sombrero del hombre.
Las naranjas siguen allí. Nadie se ha animado a quitarlas del lugar.
Y allí en ese instante, me doy cuenta de que el óleo le ha dado una transparencia inusual a la escena.
por Susana Ballaris
3 comentarios:
Lindo cuento, poético diria yo. Cierra y no tiene cosas demás, aunque da algunas pistas, sólo al final devela que es un cuadro.
Oscar
Muy lindo texto, con esa marca de orillo que sólo Susana sabe poner, en lo plumoso del traje.
Norma
Muy ingeniosa la manera de enfocar el cuento. Muy poético el lenguaje y maravillosas las imágenes sobre todo la del sol. Me encantó. Victoria
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